Corazón Azul
El esfuerzo y la constancia en el trabajo, permite que podamos conseguir todo lo que soñamos. En esta historia de reflexión que hoy vamos a presentar queda demostrado lo anterior. Es un bello cuento, que nos demuestra cuál es el verdadero significado del sacrificio y las ganas de salir adelante.
El personaje principal de esta linda historia de reflexión, es un hombre respetable que con empeño ha alcanzado logros importantes. El relato está plagado de enseñanzas para la vida, que deberíamos analizar con detenimiento. Es probable que después de leerlo, se tenga un concepto más claro de la verdadera felicidad.
Esperamos que la presente historia de reflexión, aporte valiosos mensajes para nuestros lectores. Los relatos y cuentos que publicamos siempre llevan ese propósito. Queremos despertar conciencias, ojalá que con este contenido alcancemos tal objetivo y que sea de su agrado. Sin más dilación aquí les dejamos esta hermosa obra.
Don Teo y Jovita
El noble animal dobló a la derecha sin disminuir su paso, para internarse en una brecha rodeada de maleza; no era la primera vez que su amo lo conducía por aquellos rumbos. Al fondo se miraba una extensa llanura cubierta de espeso follaje.
Después de unos instantes avanzando a trote, el corredor se terminó y el conductor se apeó de la vieja carreta de madera. Era para abrir el portón, ese que le impedía entrar en aquel paraíso color esmeralda. Luego, Don Teo volvió a subir al rudimentario vehículo y arreó con suavidad su mula parda, hasta quedar dentro de aquella alfombra verde.
—¡Ánimo Azul!, pequeña amiga, —le decía con cariño a su mascota—, hemos llegado, puedes comer lo que se te antoje mientras yo corto y cargo la pastura.
El equino pareció entender el lenguaje del humano, dio un ligero relincho como dándole gracias y se dispuso a disfrutar de aquella tierna y jugosa alfalfa.
Teo y su Mula, eran el complemento ideal de trabajo desde hacía más de 15 años. Podía decirse que se cuidaban mutuamente, se necesitaban el uno al otro y eso los había unido bastante; formando lazos especiales entre el cuadrúpedo y el anciano. El señor sabía, que tarde o temprano alguno de los dos dejaría de existir, era cuestión de tiempo; pues ambos estaban viviendo sus últimos días.
Cuando empezaba a oscurecer y con la carga a cuestas, Teo y su Mula tomaron el camino de regreso a paso más lento como queriendo no llegar a casa. Hacía tiempo que Doña Jovita los había dejado, ya no los esperaba con los brazos abiertos como era su costumbre. Una noche, agobiada por una extraña enfermedad que la tuvo en cama durante más de un mes, partió hacia los confines de lo desconocido realizando el viaje en vuelo sencillo, sin ningún retorno.
Ese ser solitario, no podía menos que derramar una lágrima al recordar el amor de su vida. Cuando se la robó, se juraron amor eterno. En aquellos tiempos, lógicamente era un jovencito rebelde al que los padres de Jovita no querían, pues pensaban que a vuelta de un tiempo se separaría de ella. Pero Teodoro les demostró ser un hombrecito hecho y derecho, trabajador, honrado y muy responsable. Se ganó la confianza y el respeto de los suegros y a partir de ahí, su felicidad fue aún mayor.
Del matrimonio surgieron cuatro hijos; dos mujeres: Clara, la mayor de todos y Julia la menor del clan; y dos varones: Rafa y el pequeño Arturo. Clarita, Rafael y Arturo se fueron a vivir lejos de aquel ranchito, buscando el sueño de mejorar las condiciones sociales y económicas que supuestamente hay en las grandes ciudades.
Julia por su parte, contrajo nupcias con un modesto agricultor de una de las provincias adjuntas a aquel minúsculo asentamiento. De esa relación, tuvieron dos hijos varones: Enrique y Felipe, niños que crecieron cumpliéndoles todos los caprichos y que, pasado los años dejaron los estudios. Pues se convirtieron en unos adolescentes rebeldes, flojos, desobedientes, osados con propios y extraños.
Cuando joven, Teodoro estaba acostumbrado a trabajar la tierra con arado, pala y azadón. Daba lo máximo de sí en cada siembra, cosechaba los frutos de su esfuerzo y vendía sus productos 100% orgánicos en el mercado municipal de San Román; comunidad anclada en la cima de una pequeña cordillera, a la que podía llegar en un máximo de 45 minutos utilizando un caballo desde el Rancho Las Caléndulas, lugar donde Teo residía.
En aquellos periodos de bonanza, el ahora anciano recorría a diario esa ruta, llevando su mercancía que era muy apreciada por la comunidad citadina. Tenía frutales de limón, guayaba, mango, ciruela y naranja. También cosechaba diversas legumbres, tales como rábano, calabaza, ejote, col, tomate, y cebolla.
Llegaron los tiempos modernos, trayendo con ello la maquinaria y tecnología; lo que le permitió al señor hacerse de un tractor y del equipo necesario para cultivar sus tierras. Fue cuando logró despegar y hacer sus buenas inversiones en bienes de capital y en efectivo.
Cuando económicamente estuvo donde quería, habló con su yerno (marido de Julia) y le confirió en renta las 100 hectáreas que con mucho esfuerzo había logrado adquirir. El rédito por cada una, fue sólo simbólico, representaba un cuarto del costo real; pero así lo decidieron él y su Jovita, no necesitaban más para vivir.
Con sus ahorros, compró unos cuantos acres para usarlos como agostadero, obtuvo un pie de cría vacuno y cierta tarde hizo lo que consideró la mejor inversión: Negociar una mula que llamó Azul. Llegó contento jalando las riendas de aquel ejemplar de trabajo al tiempo que gritaba:
«—¡Jovita, mira, ven a ver lo que compré!»
La dulce mujer, salió a darle el visto bueno y sonriendo asintió con la cabeza aprobando aquella adquisición. A partir de ahí, se formó el lazo indestructible entre el hombre y el equino.
Teo, a pesar de contar con lo suficiente como para no trabajar, continuaba cuidando de Azul, de su ganado y seguía sembrando su agostadero. Los años cayeron como gotas de lluvia, barriendo y deslavando lo que quedaba de fuerza vital y juventud. La tercera edad abrazó a la pareja y con ello, la enfermedad de Jovita que la postró en una cama hasta que llegó lo indeseable: su muerte.
Fueron momentos de angustia y dolor indescriptible para el ranchero. A pesar de ello, logró controlar su desconsuelo y cayó en resignación. Pero se mantenía siempre ansioso, esperando el momento de reencontrarse con su amada. Don Teo era visitado ocasionalmente por Julia y su esposo Ramón, a quienes no les gustaba que les llamara constantemente la atención por la forma de educar a sus chicos.
Dentro de sus planes inmediatos; Teodoro tenía la idea de dejar sus bienes y su dinero a Julia, que finalmente había sido la única de sus hijos que lo frecuentaba y según él, estaba al pendiente de su estado de salud.
Se acercaba el mes del testamento, (septiembre) y tenía pensado visitar la Notaría Pública No. 59 de San Román. Quería plasmar con todas las de la Ley, sus últimos deseos. «Hereda soluciones y no problemas», pensaba acertadamente el humilde potentado.
El lunes 27 de agosto, en pleno amanecer, con el clima sofocado y caluroso; Teo se levantó a darle los buenos días a su querida mula, con la intención de servirle un poco de avena y agua. Después de dejar las cubetas del alimento se dirigió a la sala para recostarse. Se sentía sumamente cansado, mareado y decidió reposar el día entero. Luego tomó el teléfono y habló con Julia para comentarle lo que le pasaba.
«—¡No te vayas a levantar, no te muevas, voy para allá! —le dijo alarmada su hija».
Con toda la intención de quedar bien, en escasos minutos, Ramón, Julia y sus dos retoños, hicieron su aparición en casa del Septuagenario. A Doña Chelito, vecina de Teodoro y amiga de muchos años, se le figuró ver en aquella familia la recreación de una parvada de Zopilotes, en espera de llenar con carroña sus vacíos existenciales y de dinero.
—¡Papá!, ¡Papá!, ¿Cómo te sientes? de verdad me preocupaste, ¡Gracias a Dios estás bien! —dijo Julia, al tiempo que lo besaba en la frente.
Cuando estuvieron más tranquilos, el matrimonio planteó:
—Papá… Ramón y yo, hace tiempo que queremos comentarte que necesitas de alguien que te ayude. Ya no puedes ni debes estar solo; hemos pensado que se vengan a vivir contigo Enrique y Felipe. Ellos pueden hacerse cargo de todo; así, sólo te dedicas a administrar el pie de cría y tu agostadero. Ya no trabajes en el campo, únicamente deberías estar detrás de un escritorio haciendo números —recalcó convincente Julia.
A Teo no le pareció muy adecuada la idea; pero a la vez puso en la balanza el bienestar de él y de Azul. «Serán sólo unos días mientras me repongo, ya después volveré a la carga» —pensó tratando de convencerse. Una vez que estuvieron todos de acuerdo, la pareja se marchó como si fueran recién casados: sin hijos ni preocupaciones, y con una sonrisa de triunfo en el semblante.
El martes 28, el par de hermanos se pusieron de pie muy temprano, dieron de comer a la mula y depositaron en el corral suficiente alimento para el ganado, mientras que, sentado en una silla poltrona los miraba satisfecho el abuelo.
«—Parece que acerté al considerar el planteamiento de mi hija. Confiar en mis nietos me hace sentir bien. ¡Qué bueno!, que les di la oportunidad de demostrar que son personas útiles y de bien» —cavilaba el señor al tiempo que suspiraba.
El miércoles 29, jueves 30 y viernes 31, fueron como una película repetida del día 28, todo transcurrió en calma y con normalidad. Pero al llegar las primeras horas de septiembre, el forraje estaba por terminarse; así que por la tarde Teo habló con el mayor de sus nietos.
—Enrique, voy a hacerte responsable de surtir la troja con pastura fresca. Por la tarde tú y Felipe, pegarán la mula a la carreta e irán al agostadero a cortar diez tercios de alfalfa. Espero que no me defrauden y que se porten bien con Azul —expresó el anciano demostrando cierta vehemencia.
Don Teo y Azul
Cuando bajó la intensidad solar y antes de que los púberes engancharan el rústico vehículo, Azul se mostraba incómoda; podía verse el tic nervioso recorriendo la piel de la mula. Con una sonrisa divertida, subieron los hermanos a la parte frontal de aquella pieza de folclor rodante; confeccionada con maderas de Álamo Negro, Fresno y Encino.
Enrique arreó con suma amabilidad el animal, tratando de dar tranquilidad al abuelo, y se alejaron muy despacio por el camino principal de Las Caléndulas. Después de 10 minutos, ajustaron el andar hasta llegar al trote, para posteriormente subir por el bordo del canal de riego principal con rumbo a los agostaderos.
Mucho antes de abandonar el camino, se les emparejó Raúl y Cristino en otro carretón jalado por un brioso potrillo. En tono de burla, el par de mozuelos retaron a Enrique para jugarse el “honor” en una carrera. El jovencito irresponsablemente, aceptó el desafío sin medir las consecuencias. Emparejaron los vehículos al tiempo que Felipe cortaba una larga vara de Guácima para usarla como fuete.
Con gran sadismo, el más joven golpeó las ancas de Azul, para hacerla responder al tiempo que lanzaba un rebuzno ensordecedor. La mula instintivamente corrió a gran velocidad, tal vez pensando que en su loca huida dejaría atrás aquel tormento.
Felipe no cesaba de golpear inhumanamente al animal. Después de recorrer casi tres kilómetros a toda velocidad y con más de tres cuerpos de desventaja, Enrique detuvo la marcha ante la algarabía de sus rivales que se alejaron gritando y festejando el “triunfo”.
Resoplando y dando tumbos, Azul dobló como de costumbre a la derecha, para seguir el callejón que conducía al agostadero. Pero algo estaba mal, no tenía ni siquiera ganas de comer de aquella rica pastura. Su corazón latía sumamente despacio, sin fuerza.
De regreso, Felipe tiró el improvisado látigo entre la maleza que bordeaba el cauce del canal. Al llegar a casa trataron de simular que no había pasado nada. Descargaron los tercios de alfalfa y desengancharon, luego bañaron cuidadosamente al animal; más tarde cenaron y se dispusieron a descansar.
Una gran cantidad de nubarrones circundaron el cielo provocando varias tormentas. Esa noche, para Teo fue demasiado larga, no pudo conciliar el sueño, algo malo se respiraba en la atmósfera.
Al día siguiente, fue Enrique el que encontró el cuerpo inmóvil y frío de Azul. La expresión de sus ojos, indicaba que había agonizado en silencio durante toda la noche. Avisó a Felipe, quien abruptamente le dio la noticia al abuelo de lo ocurrido.
El anciano no dijo nada, se dirigió a la caballeriza y se encerró con Azul. Luego la revisó a detalle, descubriendo las llagas que le provocaran los latigazos. Derramó unas cuantas lágrimas y posteriormente le habló al dueño de la “Veterinaria el Rastro”; quien se encargó de levantar el cuerpo del animal y llevar a cabo su cremación. En un tazón metálico le entregaron las cenizas a Don Teodoro, el triste hombre se mantuvo en silencio sin cruzar una sola palabra con sus nietos.
El día 3 de septiembre, Teo se bañó y se vistió con las mejores galas. Enseguida tomó lo que quedaba de Azul y se dirigió a San Román, dispuesto a legalizar sus deseos póstumos. Su mirada tenía un brillo extraño, diferente, se podía ver el reflejo de paz y esperanza en ella. Después de hacer lo conducente, llegó alrededor de las 6 de la tarde a su casa, luego se tomó una taza de té de manzanilla y sin dirigir siquiera una mirada a los muchachos se introdujo en su habitación.
Se sentó en una esquina de la cama, profirió algunas plegarias al cielo y se recostó sin desvestirse. Así fue como aquel granjero materializó su última noche en este mundo. Todos sus hijos llegaron a tiempo para velar sus restos y posteriormente sepultarlo junto a Jovita.
A la gente que se hizo presente, le llamó la atención que el Licenciado Roberto Garay leyera unos versos cursis e irregulares, para posteriormente esparcir las cenizas de Azul sobre el ataúd:
«Voy llegando a donde el campo reverdece,
Con solo levantar mi mano, gustosa me obedeces;
Mi tiempo ya no es tu tiempo,
Sólo es un momento eterno,
Que juntos compartimos en el viento»
Con solo levantar mi mano, gustosa me obedeces;
Mi tiempo ya no es tu tiempo,
Sólo es un momento eterno,
Que juntos compartimos en el viento»
Al escuchar las frases, Julia gritó exagerando el dolor que estaba muy lejos de sentir. Fingió un desmayo para representar el cuadro perfecto de la hija prodigio, la pequeña de amor innegable e incondicional.
Al término del sepelio, el Licenciado Garay reunió a los cuatro herederos para comentarles que tenía que leer por ley la última voluntad de su padre. Fijaron fecha y hora para una reunión en su despacho. Esperaban grandes sorpresas, más nunca se imaginaron lo que se les había reservado.
Vestidos con atuendos fúnebres, los cuatro herederos con sus respectivas parejas; llegaron puntuales a la oficina de la Notaría de San Román. De inmediato, la secretaria los hizo pasar al Salón de Juntas, al tiempo que les ofrecía un café y galletas. Una vez que todos estuvieron sentados cómodamente, Roberto y su asistente hicieron acto de presencia, para tomar sus lugares y empezar con la lectura de la “última voluntad” de Teodoro.
—Seré breve —comenzó la lectura el jurisconsulto—. Teodoro Carraza Peinado, dejó su voluntad escrita en el presente Testamento; que me confió pleno de sus facultades mentales para que se cumpla. Lo que aquí se describe y se ordena, es de carácter inobjetable de acuerdo a las Leyes vigentes que regulan nuestro estado de Derecho.
«—Siendo las 11:30 horas del día 03 de septiembre del año 19XX, yo, Teodoro Carraza Peinado en pleno uso de mis facultades mentales, y por así convenir a mis intereses. He decidido que, después de abandonar este mundo material, es mi deseo repartir mis bienes entre los derechohabientes que aquí expongo, —todos los presentes se mostraban nerviosos y ansiosos.
Uno: Para todos mis hijos: La finca rural que se ubica en el Rancho “Las Caléndulas”, deseo que sea vendida y lo que se obtenga de ella después de los gastos inherentes, sea repartido entre ellos en partes iguales.
Dos: Sobre las cuentas bancarias a mi nombre, es mi voluntad que sean transferidas en su totalidad al Orfanato Infantil “Mariposas”.
Tres: Por último, la suma total que se obtenga por la venta de la parcela y del agostadero; deberá depositarse en un Fideicomiso para ser destinado al cuidado de los animales desprotegidos».
Y cerrando violentamente el libro, el Licenciado dijo:
—Eso es todo, fin de la lectura —habló secamente—. Mi asistente les pasará el anuario para que lo firmen de conformidad. Con su permiso y que tengan un excelente día —remató el abogado.
Todos firmaron desilusionados aquel irrefutable pedazo de papel en el acto, excepto Julia; quien se desmayó en serio y tuvo que ser llevada al hospital para ser atendida. A pesar de que se negó a regresar a la Notaría para rubricar el libro, le fue llevado el tomo a domicilio por un Actuario “de armas tomar”; quien la tuvo que declarar en rebeldía para poder cumplimentar el Laudo.
La tumba de Don Teo y Jovita pasaría siempre vacía e inadvertida; a no ser porque una persona de edad avanzada continuamente la visita. Deja en la lápida, un nutrido ramo de rosas blancas entremezcladas con varitas de alfalfa.
F I N
Una Historia de Reflexión
Corazón Azul es un cuento de valores, que escribió el escritor mexicano Juan Pablo Rivera. Esta historia de reflexión, contiene varios mensajes que deben analizarse profundamente. Una de las lecciones nos deja muy en claro que, con trabajo duro y honesto pueden alcanzarse los más grandes sueños de la vida.
Otra enseñanza que nos ofrece esta bella historia de reflexión, es que la sincera amistad viene siendo algo invaluable. Ni los tesoros más grandes del mundo podrían comprarla; por eso hay que valorarla demasiado. En este relato queda patente que, muchas veces un amigo es capaz de alegrarte los días.
En la mayoría de las ocasiones, la banalidad se adueña de nuestra voluntad y nos olvidamos de lo más importante. El amar al interior de nuestros semejantes, sin que importen tanto sus bienes materiales Sirva pues esta historia de reflexión, para ablandar esos corazones duros que viven de manera superflua.
Esperamos que, al leer esta historia de reflexión, logres rescatar todas las valiosas enseñanzas que podrían ayudarte a mejorar tu persona. Si deseas leer otros cuentos con bellos mensajes, te invitamos a seguir visitando nuestra página. Este proyecto nació por las ganas de ayudar a despertar conciencias en los demás.
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