El Cuarto Escalafón: Burbuja
Capítulo II: Burbuja - El Cuarto Escalafón
Autor: Juan Pablo Rivera M.; D.R. © 2017
Categoría: Novela de Aventuras Cortas
En el capítulo anterior de El Cuarto Escalafón Paulino llega al hotel y se instala, luego… Si no has leído el Capítulo I: Villa Celeste te recomendamos hacerlo para que no te pierdas ningún detalle de está bonita novela de aventuras cortas. A continuación podrás disfrutar de la segunda parte de esta historia.
Cuando solo era un chiquillo, Paulino vivía entre la basura, desnutrido, sin padres, sin educación, huérfano del propio mundo. No recordaba ni cómo ni cuándo llegó a ese sitio, vagamente, creía ver a su madre despidiéndose de él a la orilla de un camino, pero no tenía nada en claro, solo recuerdos vagos.
Habitaba en una improvisada casita de cartón que había construido a un lado de aquel cumulo de desperdicios. En uno de los extremos del lugar, de lado contrario a la precaria vivienda, había un barranco sumamente pronunciado, se podía llegar al otro extremo por medio de un puente volado.
De aquel lado, había un barrio, que era considerado el cinturón de miseria de Tolteapan. Se entretejían muchas historias horribles de aquel arrabal, se contaban por cientos; los pandilleros, las prostitutas, los drogadictos, los alcohólicos y abundaban los enfermos mentales. Paulino evitaba siempre acercarse al puente, cruzar palabras con aquellos “miserables” y sobre todo, tenía prohibido atravesar aquel viaducto colgante.
Fue una de esas tardes gélidas en las que buscando que comer entre una montaña de desechos, encontró aquel animalito, sucio, flaco, tembloroso; había visto pasar por el vertedero de residuos a muchos perros; pero ese en especial, lo llenó de tanta ternura que decidió quedárselo al final de cuentas, necesitaba de un “centinela”, de un compañero, de un guardia. Lo primero que hizo fue bautizarlo con el nombre de Burbuja, después le confeccionó una camita con harapos afuera de la humilde cabaña con la intención de que pudiera dormir lo más holgado posible.
Su nuevo amigo, con el tiempo cambió su sucio y desnutrido aspecto para convertirse en un genuino ejemplar canino de pelo blanco rizado, largas patas, ancho cuerpo y fuerte musculatura. Se convirtió en el compañero inseparable, incondicional, divertido, único; por primera vez en su vida, Paulino ya no estaba solo, se sentía seguro, querido, aunque fuera sólo por esa mascota, sus días transcurrían mucho mejor que antes y hasta pensó en acercarse a la ciudad con la intención de mejorar su condición social.
Aquella madrugada; el escándalo hizo que Burbuja se soltara ladrando, la copiosa lluvia de verano y la oscuridad reinante del lugar, impedían a cualquier ojo humano ver a una distancia mayor a los diez metros. Paulino encendió una vieja linterna de pilas que guardaba celosamente para esos casos y caminó sigilosamente para tratar de averiguar lo que pasaba. Por su parte “el canino” había salido a la intemperie sin dejar de gruñir. De este lado del puente y al borde del barranco, un grupo conformado por cinco pandilleros bebía y se drogaba emitiendo ruidos que semejaban fieras heridas.
Los Colosos se hacía llamar aquel grupo de infelices enfermos, acostumbrados a robar para tomar y drogarse, no tenían reparo alguno para desgraciarle la vida a aquel que se atreviera a retarlos. El líder, apodado El Caníbal, estaba “adornado” con numerosos tatuajes en la espalda, el pecho, los brazos y la cara; daba la impresión de ser uno de esos personajes salidos del thriller “La Vida Loca” pues en su rostro sobresalían seis grandes lágrimas, tres por debajo de cada pómulo, estigma utilizado para definir su grado y su liderazgo como miembro de la banda.
Burbuja incrementó sus ladridos muy cerca de aquel peligroso clan, para su mala suerte, uno de los delincuentes lo alcanzó pasándole un lazo por el cuello, utilizando una cuerda que improvisara con su cinturón. Los aullidos y lamentos del animal retumbaban en aquel inhóspito lugar cuando Paulino se acercó al escenario.
—Suelten a mi perro, por favor no le hagan daño, déjenlo. —Suplicó el niño.
De respuesta solo obtuvo sonoras carcajadas que se confundían con el sonido de los truenos que acompañaban a los relámpagos de aquella noche. El Caníbal se le acercó ondeando un bate de madera, anticipándole con ello, lo que le sucedería. Paulino perdió el conocimiento por la severa golpiza que aquellos desgraciados le propinaron quedando tirado al borde del barranco, mientras los pandilleros gritaban y festejaban lo que habían hecho.
Apenas al mediodía despertó aquel infante, sus hinchados ojos apenas podían notar la claridad, la lluvia aunque en menor grado aún continuaba. Probablemente su cuerpo tenía varias fracturas porque el dolor era insoportable, utilizando como bastón el mismo bate, que dejaran tirado a su lado sus verdugos, logró ponerse de pie tan sólo para mirar que a mitad del puente colgaba Burbuja, sin vida. Gritó, gimió, era más intenso el dolor del alma que de su apaleado cuerpo, maldijo, juró venganza, y sus lágrimas se conjugaron con el llanto de las nubes.
Paulino clavó la improvisada cruz de palo en el montículo de arena y piedra, agarró una bolsa vieja de lona, acomodó unas prendas y vació unas frutas semidescompuestas en ella, se despidió de su fiel amigo y tomó el camino siguiendo el lado Este del Barranco. No sabía a donde iría ni con quien se encontraría lo que más le importaba en ese momento, era alejarse de aquel sitio, su espíritu aventurero le tenía reservada muchas sorpresas.
Continuará...
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