El Cuarto Escalafón: Búsqueda y Encuentro
Capítulo XI: Búsqueda y Encuentro - El Cuarto Escalafón
Autor: Juan Pablo Rivera M.; D.R. © 2017
Categoría: Novelas Muy Cortas Escritas
Si te gustan las narraciones cortas podrás seguir disfrutando de esta gran novela de acción y aventuras llamada El Cuarto Escalafón. En el anterior episodio Paulino se compromete con... Si aún no sabes de que trata el Capítulo X: El Último Contrato, te animamos a leerlo para no perderte ningún detalle de esta emocionante historia.
Dentro del “contenido aparte” de la maleta de Paulino, se encontraban sus inseparables y afilados acompañantes; dos Sai y una vieja navaja de doble filo. Tomó el rosario entre sus manos, y pausadamente llenó con aquellas cápsulas de plomo el cilindro de su revólver, al tiempo que acariciaba con los dedos la imagen de la bella muchacha.
«La verdad, valió la pena haber llegado hasta aquí para hacerle justicia a este hermoso angelito» reflexionó, el claxon de un auto estacionado sobre la avenida Carpizo, lo sacó de sus meditaciones; a pesar de haber dormido lo suficiente, aún se sentía cansado, no era el momento adecuado para “flojear”; la situación ameritaba una “alerta roja”.
A pesar de que siempre actuaba de forma “atrabancada”, Paulino estudió a conciencia el terreno a donde tendría que conducirse para firmar con plomo el cierre del contrato que lo había llevado hasta ahí.
Una vieja espuela de tren, corría paralela a la carretera que encontraba su fin en las antiguas minas de “Villa Celeste” así que la misma, le serviría como punto de referencia para llegar a ese lugar.
Al caer la tarde, “el vaquero”, abandonó el recinto de aquel hotel de paso, intercambió unas cuantas palabras de agradecimiento con Don Jorge y salió a paso firme, llevando consigo el mapa de la ubicación de aquellos a quien buscaba.
«Al mal tiempo, darle prisa» murmuró, después se perdió por una de las calles del pueblo con dirección hacia las montañas, el sol aún estaba intenso, después de manejar por espacio de tres cuartos de hora, el camino de pavimento cedió el paso a la terracería haciendo más lento e incómodo el recorrido.
Como parte de su improvisado plan o más bien, haciendo uso de sus instintos, “El Cazador” tenía muy claro evitar en todo lo posible algún enfrentamiento con todos los pistoleros que seguramente, custodiaban la base, su idea era simple; pasar desapercibido hasta llegar a “los mandos” de aquel retorcido clan. «Decapitando el cuerpo automáticamente los demás órganos, quedan sin coordinación», pensó el contratista.
Aproximadamente a un kilómetro de distancia del objetivo principal, apagó el automóvil, dejó su sombrero de vaquero sobre el asiento del copiloto, sacó la foto y el rosario de madera del pequeño cofre y se las guardó entre las ropas junto con las armas que traía consigo; Paulino abandonó el coche, dispuesto a continuar el trayecto a pie, se detuvo muchos metros antes de llegar al punto clave, para esperar a que la oscuridad invadiera por completo el lugar.
Una vez más, las corazonadas lo hicieron acertar, escondiéndose entre las penumbras, Paulino camino sigilosamente entre los distraídos guardias para ponerse al frente de una de las puertas de aquella oficina antigua de la extinta “Extraction Cooper Company, LTD”.
Con la navaja gitana, forzó la cerradura y se internó por el pasillo; quedó sorprendido al ver aquella “colmena” de criminales; los malhechores habían restaurado de muy buena manera el viejo edificio; para hacerse la vida más amable, reestablecieron el fluido eléctrico, remodelaron y decoraron los espacios y reactivaron las zonas de “confort”.
Para “El Cazador” todo ese derroche de dinero estaba de más, porque esa noche terminaría con las expectativas de longevidad de las personas que disfrutaban de aquellos lujos.
Al final de ese pasillo, se hacía una especie de “T” con dos puertas “encontradas”. La que estaba a la derecha, era de un material laminado mucho más resistente que la de la izquierda y tenía además, dos cerrojos más que la otra.
Su agudo olfato asesino le indicaba que tras esa hoja de metal se resguardaban los jefes, cuidadosamente botó los pasadores y abrió lentamente aquel portón; quería evitar al máximo hacer disparos con el revólver, así que decidió empuñar las espadas sai.
En medio de aquel extenso “almacén” que servía de bodega y como cochera del equipo motorizado de los criminales, se encontraba sentado en posición de “Flor de Loto” “El Alacrán”, sin moverse, aparentando ser una figura de piedra; a sus pies, descansaba su inseparable sable sarraceno, una pistola escuadra calibre 9 mm y uno de sus últimos trofeos: el finísimo sombrero “Panamá”.
—Hace tiempo que te esperaba, creo que no eres tan bueno como supuse, porque has tardado bastante en encontrarnos —habló desafiante aquel asesino.
—No me gusta forzar los tiempos, yo nunca lucho contra el reloj sino contra los criminales —respondió el “vaquero”.
El Mercenario se levantó lentamente para verle la cara a su rival a la vez que de forma despectiva desprendía de su cuello tres “medallas”; una marcada con el numero III, otra con el II y la última cifrada con el I; todas troqueladas con la figura de un tulipán al reverso.
Arrojándoselas a los pies de su contrincante, Oliver Fanfarroneo:
—Te presento mi “colección privada de lujo”.
Tomando el “mazo de insignias” contestó Paulino sin inmutarse:
—Por lo visto te gusta ensañarte con los Cazadores que ya están viejos y cansados.
—Yo no los busqué para matarlos, ellos vinieron hacia mí y ¡el que me busca, me encuentra!; creo que ya intercambiamos demasiadas palabras sin sentido, vayamos a los hechos razonables de una vez por todas —gritó el matón blandiendo su sable en posición ofensiva.
El Cazador, puso por delante sus “tridentes metálicos” para tratar de repeler cualquier movimiento de su oponente. El Alacrán ondeó el sarraceno y lanzó el primer ataque que fue esquivado; posteriormente al dar la media vuelta, el criminal arremetió con todo, tratando de rebanar el estómago de Paulino pero se encontró con la defensa en cruz de las dos espadas y la rodilla que se le incrustó en la entrepierna.
—Eres bueno, simplemente “a secas”, todavía no estás a mi altura —argumentó Oliver.
—¡Déjate de tanto protocolo inútil y continua! —exclamó El Contratista.
Aquel soldado del hampa hizo girar su sarraceno como las aspas de un ventilador logrando cortar una de las puntas del sai de la mano derecha de su joven enemigo que se movía simulando ser una pantera.
El asesino esgrimió de frente al vaquero logrando abrirle la pierna derecha, el líquido vital fluyó como rio; al tiempo que la garganta del cazador pronunciaba un grito que cimbró las instalaciones; de ahí le produjeron una herida enorme en el brazo derecho que lo imposibilitó para responder el ataque.
Paulino cayó al suelo sin sus espadas sai, el verdugo se disponía a quitarle la vida y con ello “el cuarto escalafón”. «Desenfundar el revolver sólo catalizaría mi muerte» —pensó el Cazador— porque Oliver también portaba un arma; sólo le quedaba jugársela con la “navaja gitana”.
Para ello, esperó que el asesino se acercara lo suficiente y con la mano izquierda logró hundir la mitad de aquella hoja metálica en la clavícula derecha del homicida; la espada curva cayó al suelo al tiempo que el Cazador rodó para alcanzar el sai.
Sacando fuerzas de lo más profundo de sus entrañas, logró realizar el mismo ataque con el que venciera a “El Caníbal” sólo que ahora, giró en sentido de las manecillas del reloj, semejando ser un tornado, voló por los aires, la punta de la espada encontró la yugular de aquel osado bandido arrancando de tajo, el lugar que “hospedara” el poco cerebro que quedaba, el peor magnicida del crimen organizado había llegado a su fin.
Paulino se levantó bañado en sangre y sumamente agitado, como pudo improvisó un torniquete para su brazo y otro para la pierna herida. Puso sobre su cabeza el sombrero Panamá y desenfundó el Smith & Wesson con su mano izquierda; cruzó el almacén y se dirigió hacia lo que creyó, sería la oficina donde encontraría a los tres jefes.
La puerta no opuso resistencia, al entrar, pertrechados tras un lujoso mostrador de madera, lo estaban esperando los tres jefes, con las manos arriba en señal de rendición; uno de ellos se adelantó para decirle.
—No queremos tenerte como enemigo, te necesitamos como líder ejecutor de nuestra organización así que te propondremos un trato que estoy seguro no podrás rechazar.
—Habla, de cualquier manera vivir o morir no es tema que ustedes puedan decidir, en última instancia, eso lo resuelvo yo —replicó el Cazador.
—Te ofrecemos tres veces más de lo que te hayan pagado por nuestra aniquilación, no importa si son cuatro, siete, nueve millones, o bien, pon tu la cantidad que consideres conveniente —manifestó el líder.
—El dinero para mí, no es tema de discusión, lo que aquí está en juego es el honor y la justicia, a manera de prueba, quiero que respondan con honestidad lo siguiente ¿a cuantas personas inocentes han matado directamente cada uno de ustedes? —cuestionó el Contratista.
—Aproximadamente unas 26 —dijo el primero.
—A 22 —contestó el segundo.
—Como a 33 —respondió el tercero y último de los jefes.
—¿Lo ven?, si les digo que el tema primario versa sobre la justicia, simplemente ustedes están condenados a morir, ¡He Dicho! —bramó con rabia el pistolero, lanzando la imagen de Jennifer sobre el mostrador.
El más sanguinario de los tres hizo un gesto de desacuerdo y rápidamente sacó una escopeta que segundos antes escondiera detrás de aquel mueble; pago caro su atrevimiento, el revólver calibre .38 de cañón largo “escupió muerte” llevando consigo malas noticias para aquel asesino, la certera ojiva, rompió el viento y atravesó el cráneo dejando regada la masa encefálica por toda la alfombra de aquel “despacho”.
Los dos cabecillas restantes se movieron al mismo tiempo, uno de ellos sacó su pistola escuadra Colt 38 conmemorativa, bañada en oro; pero la efectividad y precisión de la Smith & Wesson quedó muy por encima del “pomposo” artefacto;
Esta vez, el plomo se incrustó en la sien de lado derecho destrozando la mitad de la cabeza de aquel criminal; el tercero corrió con más suerte logrando accionar su Ingram y rebanar la mitad del cargador; el premio a la osadía lo recibió entre ceja y ceja; empaquetado en una bala que partió su cráneo en dos, como si fuera una nuez.
Aquel duelo terminó en un abrir y cerrar de ojos, sin embargo, una de las balas de la Ingram se alojó de lado izquierdo del pecho del Contratista, aunque el proyectil no tocó puntos vitales, le provocó un intenso dolor y un sangrado abundante, con esa, eran tres las heridas que recibía hasta el momento y aún quedaba la tarea de salir del edificio, regresar al auto y manejar por espacio de una hora hasta Villa Celeste; una misión, que se antojaba difícil.
Continuará...
Si te gustaría seguir disfrutando de esta gran historia de aventuras y acción te invitamos a regresar para que te deleites con El Capítulo XII de El Cuarto Escalafón en donde conocerás el desenlace de una las narraciones cortas escritas más emocionantes que se han publicado en nuestro sitio.
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