El Cuarto Escalafón: La Caída del “Coloso”
Capítulo IV: La Caída del “Coloso” - El Cuarto Escalafón
Autor: Juan Pablo Rivera M.; D.R. © 2017
Categoría: Novelas Cortas para Leer Gratis
En el anterior episodio de El Cuarto Escalafón, Paulino ha sufrido una lamentable pérdida, misma que… Si aún no conoces el Capítulo III: Don Aparicio te sugerimos antes disfrutarlo, para que sigas la secuencia de una de las novelas cortas para leer gratis mas interesantes que aquí encontrarás; con la que pasarás momentos muy entretenidos. Sin más, a continuación te dejamos la cuarta entrega.
Fue triste para el joven regresar a aquel lugar donde había vivido sus primeros años, venían a su mente las cosas bonitas, pero se opacaban de repente por el dolor y el sufrimiento del que muchas veces fue presa.
Trató de encontrar el sitio donde sepultó a su primera mascota, pero no encontró rastro alguno, en su lugar se alzaban montañas de basura, mezcla de plásticos, metales, maderas, cristales y material orgánico en descomposición. El tiempo no perdona nada, entierra y olvida las cosas materiales pero, lo que se aloja en el corazón, vive por siempre.
Tolteapan, es una ciudad sumamente conflictiva, genera demasiada contaminación, a lo lejos pueden verse las bocanadas de humo que emiten las fábricas, miles de autos y transportes se mueven todos los días, el pavimento ha sustituido por completo, lo que alguna vez fueron hermosos pastizales y frondosos árboles, se dice que dentro de 30 años la ciudad se hundirá más de dos metros debido a la extracción desmedida de agua.
El caos del asentamiento, durante años, ha provocado muchos conflictos en el tema de la inseguridad y las autoridades no han podido controlar adecuadamente la situación, a menudo puede verse en la prensa y la televisión cifras maquilladas del gobierno en turno, tratando de disfrazar la realidad. Irónicamente Tolteapan, de la lengua madre de los Xachaces, tribu extinta hace más de 50 años, significa “lugar donde prevalece el orden”.
El Hotel Baranda Real, hace poco que fue restaurado, cuenta con 200 habitaciones distribuidas en 4 plantas y es uno de los más antiguos de la localidad, se dice que en su momento, hospedó a grandes personajes de la política y de la farándula, pero vino a menos después de las crisis económicas recurrentes y de la entrada de franquicias extranjeras en este rubro.
Sobrevive gracias a que tiene habitaciones económicas y ofrece paquetes que incluyen además del albergue, desayuno, comida y cena; su restaurante presume de tener una excelente sazón y ha sido galardonado en los últimos años con premios gastronómicos de la localidad.
El Baranda Real debe su apodo al recinto vacacional del mismo nombre, que se encuentra a una hora de distancia Tolteapan, la emblemática estancia, es para muchos, una especie de conexión entre el pasado y el presente.
Con voz pausada, Paulino solicitó una habitación sencilla de las más económicas del Baranda, le entregaron la llave marcada con el número 7, no le preocupó siquiera si contaba o no con vista a la calle, el encargado de la posada se limitó a anotar el nombre del visitante en el libro de registros, miró con extrañeza la vestimenta vaquera del joven, no era típica del lugar como tampoco era común el uso de morrales y bules elaborados con materiales que en esos tiempos ya eran inusuales.
La habitación aunque económica, no tenía nada de rústica, lucía muy bien, tenía excelentes acabados, finos muebles, iluminación “cálida”, tapiz en relieve, alfombra de microfibra, persianas de bambú y por último, los cuadros pintados en óleo le daban un toque de romanticismo europeo.
El joven no sabía exactamente por dónde empezar a buscar al grupo de contratistas al que se refiriera su maestro en aquella última nota. Se recostó para tratar de pensar un poco, confiando en que la almohada le daría algunas respuestas pero término sumido en un suave sueño, el viaje lo había agotado.
El Bar 3 Cuatreros tenía fama de ser un antro de mala muerte, todo mundo en la ciudad lo sabía por eso, la tarde del día siguiente, Paulino dirigió sus pasos a ese “centro de espectáculos” con la intención de encontrarse con alguien que lo pusiera en el camino correcto de lo que buscaba.
3 Cuatreros huele a perfume barato, en cuanto abres las solapas de madera de la puerta de acceso, te das cuenta de la “calidad” del local, como pirañas tras la presa, las bailarinas “estrellas del sitio”, te abordan con elocuentes caricias y sonrisas pidiéndote un “trago”.
La verdad resulta hasta cierto punto molesto la conducta tan empalagosa de esas mujeres; sin embargo, si quieres que la información de algo empiece a fluir, debes aprovecharte del acoso de este tipo de damas, adaptar tu olfato a cualquier fragancia, decirle adiós a un buen fajo de billetes para convertirlos en licor “de compañía”.
En aquel Night Club Paulino conoció a “Pamela”, mujer de mundo, con recorrido probado en el medio; tomaron, rieron, bailaron, se hicieron promesas de amor hasta que el licor los invadió por la madrugada. Desde un principio, la meretriz miró el “dije” que colgaba del cuello del joven vaquero y sintió cierto temor al ver aquel tulipán grabado.
Pudo más la necesidad de dinero que el “capricho” de sus propios miedos, sabía perfectamente lo que aquella figura representaba ya que en muchas ocasiones, cuando aún era muy joven, tuvo la oportunidad de “vender sus servicios” a gente que formaba parte de aquella organización; pero hacía tiempo que todo se había salido de control, la violencia se había agudizado y Pamela se alejó de aquellas aventuras para refugiarse en aquel lugar recreativo, en donde obtenía menos dinero trabajando con mayor tranquilidad.
A las 2:30 a.m. salió el vaquero sin la dama de compañía; la cual, se quedó tirada, vencida de borracha en una de las mesas, no pudo sacarle ninguna información por eso, ni adiós le dijo, salió como disparado del lugar para posteriormente pedirle a un taxista que lo llevara al hotel.
—Son $ 120.00 pesos señor. —Dijo el chofer.
Pagó el traslado con cantidad exacta, para después bajar del auto, pero no reconoció de primera impresión el sitio donde estaba, tal vez inconscientemente le había proporcionado otro domicilio al ruletero; a medida que sus ojos se adaptaron a la oscuridad, reconoció fácilmente el terreno donde lo dejaran, estaba en su casa.
Su antiguo hogar: el basurero Municipal; no pudo evitar soltar el llanto al recordar las desgracias que le pasaron ahí, recordó a Burbuja y el rencor lo invadió, pensó en la venganza inmediata, traía consigo bien escondidas, un par de espadas Sai y una navaja gitana de doble filo, la sangre le hervía y decidió cruzar el puente colgante para ir en búsqueda de “El Caníbal”.
Cruzó tambaleante aquella plataforma de madera poco estable y segundos después estaba parado del otro lado tratando de decidir qué camino tomar; se sumergió en uno de los callejones más oscuros pensando que sería más factible encontrar a “Los Colosos”. Un demente que pasó gritando: —“Ahí vienen… ahí vienen… auxilio”—. Lo puso en alerta máxima, pero tras el chiflado sólo se podían ver las tinieblas de la nada.
Caminó cerca de 5 cuadras antes de encontrarse con aquel callejón que despedía un hedor a droga “cocinada”, dobló la esquina, para toparse con algunos vagos que tenían leña encendida en “hornillas” improvisadas con tambos de metal, hacía un frio terrible; se introdujo en aquel pasillo empuñando con la mano izquierda un Sai, su instinto le hizo presentir que estaba cerca del objetivo.
Al final del callejón se topó con una puerta de acero custodiada por un “guardia”, ocultando previamente sus armas, le pidió autorización para hablar con el jefe de “Los Colosos” manifestando que era un amigo suyo, sacándose la insignia que traía por debajo de la camisa.
Cuando el custodio miró los grabados de aquella pieza de metal, rápidamente le dio el salvoconducto, se puso a sus órdenes y le señaló la dirección para localizar la oficina del cabecilla de la banda. « Si que tiene poder de influencia esta cosa » —Pensó Paulino—.
Tras lo que quedaba de puerta de aquel espacio sumamente iluminado, sentado como rey frente a un escritorio, se podía ver al “Caníbal” mucho más tatuado de lo que Paulino recordaba; dentro de la habitación estaba un número considerable de pandilleros cuidando al líder.
En una mesa de cristal, dos de ellos cortaban algunos ladrillos de cocaína, y otros dos empacaban hábilmente las pequeñas porciones en bolsitas de plástico; mientras el “Monarca” del lugar, absorbía dos líneas del alcaloide y se recostaba gimiendo de placer, tratando de demostrar que aquella mercancía era de primera.
Paulino cruzó la puerta repentinamente y en automático lo encañonaron 4 de los presentes, levantó los brazos para indicar que estaba ahí en son de paz, la enigmática medalla hizo un vaivén dejando a la vista sus grabados, rápidamente el Caníbal se levantó indicándole a sus guaruras que bajaran las armas, se acercó lentamente al joven vaquero, tomó en sus manos aquel trozo y lo miró detenidamente.
—El cuatro, ¡Vaya, vaya!, ¡Señores!, tenemos entre nosotros a un “contratista”, un “cazador”, ¡Y de los mejores del ranking de la Organización! Es un privilegio tenerlo con nosotros. —Sus palabras brotaban con gran sarcasmo.
—Dime, ¿Qué te trae por acá viejo? —Preguntó con voz fuerte el cabecilla.
—Nada en particular, solo vengo a reclamar una ofensa, algo que desde hace años me quitaste, y que me debes. —Expuso tranquilamente Paulino.
—¡Muy bien!, —Caminó lentamente a su escritorio el “cari tatuado”.
Abrió uno de los cajones y sacó un distintivo de metal igualmente grabado con el tulipán pero en su contracara sobresalía el número VI.
—No recuerdo haberte hecho algún daño, es más, ni te conozco; pero si insistes en retarme tendré el privilegio de matarte y con ello, subir dos escalafones del ranking, algo que pensé lejano, dime cómo, dónde y cuándo, yo soy materia dispuesta. —Recalcó el pandillero, provocando la algarabía de sus compañeros.
—Te veo en media hora, junto al puente colgante, pelearé con una navaja de doble filo y dos espadas Sai, quiero pensar que conoces este tipo de armas. —Apuntó el joven.
—Por supuesto, son de mis preferidas, nos vemos en media hora, sé puntual, no hagas esperar a la muerte… ¡A tu muerte!. —Enfatizó el Caníbal, soltando una sonora carcajada.
—¡Ah!, otra cosa… sin armas de fuego, ni tú, ni tus acompañantes, sólo armas blancas. —Dijo “El Cuatro” antes de salir.
Por la mente de Paulino pasaron un sin número de cosas, no podía negar que sentía miedo pero el coraje le hacía seguir adelante, sin pensar siquiera en que podía morir; pasó de largo el puente hasta llegar al basurero, se dispuso a realizar algunos ejercicios de concentración, podía sentir la adrenalina recorriendo su cuerpo, cuando estuvo más tranquilo, escondió su sombrero y su cartera tras las ramas de un arbusto y regresó para cruzar de nuevo al sitio donde se desarrollaría el esperado duelo, finalmente, la moneda estaba en el aire.
Como todo buen “vándalo exhibicionista”, El Caníbal se quitó la camisa tratando de impresionar con sus músculos y sus tatuajes a su adversario; moviendo con velocidad y destreza las espadas Sai, logró rozar la mejilla derecha de Paulino provocándole un sinuoso corte que le hacía sangrar copiosamente, pero el joven continuaba batiéndose en franco duelo con la agilidad de un felino, demostrando que era digno de portar el número IV.
Detuvo con gran destreza los constantes ataques de su rival, parando en seco los afilados Sai, sin dejar de contraatacar. El “Coloso” estaba cansándose, impresionado por aquel guerrero, jamás pensó que se le complicaría tanto subir dos peldaños; en un intento por terminar aprisa aquella pelea, se lanzó por el aire con el pie izquierdo por delante y las espadas atrás defendiendo sus costados, al tiempo que Paulino hacia lo mismo pero moviéndose elásticamente en espiral, simulando ser una “cuchilla humana”.
Cuando tocaron el suelo, el tatuaje de la espalda del Caníbal se partió literalmente en dos, una delgada línea roja sobresalió del dorso para después convertirse en un torrente color carmín, ante la mirada atónita de los demás pandilleros. La moneda había caído y el Coloso junto con ella, Paulino se acercó a su contrincante y le arrancó la insignia al tiempo que le rumoraba algo que nadie más escuchó.
—Esto va por mi perro Burbuja, el animalito que hace años colgaste del puente. —Le susurró.
En agonía, tratando de jalar aire por la boca, desgarrado por dentro y sangrando abundantemente, el Caníbal pareció reconocer al joven, miró en tono de gris la silueta del perro y el niño, el horror de la muerte lo invadió para quedar en completa oscuridad.
Después se hizo un gran silencio que se rompió por los desgarradores gritos “de guerra” emitidos por el nutrido grupo de delincuentes; que, saltando en semicírculos, intentaban rodear como hienas a su presa, Paulino caminó dando pasos hacia atrás balanceando los dos Sai en actitud amenazante.
—¡Al primero que se acerque lo rebano por la mitad! —Les gritaba embravecido.
Logró cruzar el barranco, recogió rápidamente lo que había dejado junto al camino y se perdió cobijado por las sombras de los árboles, hacía un intenso frío que se agravaba por las fuertes corrientes de aire, sin embargo, solo podía sentir su sangre latiendo, caliente, hirviendo, recorriendo sus venas, había cumplido con la venganza que prometiera, y de paso, obtuvo un poco de información sobre la forma en que operaban Los Contratistas; ahora, tenía que aclarar algunas cosas para saber qué rumbo darle a su nueva vida.
Continuará...
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