El Valor de la Palabra

Cuentos sobre Los Valores - El Valor de la Palabra

Título: El Valor de la Palabra

Autor: Juan Pablo Rivera Machado

Categoría: Cuentos sobre Los Valores

Hemos decidido publicar relatos y cuentos sobre los valores del ser humano que se deben rescatar y que desafortunadamente ya se están extinguiendo. En esta esta bonita historia se recalcan algunos de ellos; en donde se nos ofrecen profundas reflexiones con enseñanzas que deberíamos analizar con detenimiento. Sin más preámbulos y esperando sea de su agrado, aquí la presentamos.

Mirar a Don Elpidio Covarrubias, era como echar un vistazo por la ventana del tiempo. Con casi 100 años cumplidos, representaba un “costal lleno” de historias y experiencias por escuchar. A pesar de su edad avanzada, resultaba sorprendente ver como sus facultades para recordar y dialogar tenían gran lucidez.

Lógicamente, el largo periodo vivido le había provocado notables secuelas: una cara “cortada” por las arrugas, unos lánguidos brazos y una notable cantidad de pecas en su rostro y manos. Para trasladarse de un lugar a otro, su estructura corporal se auxiliaba de un bordón de madera con grabados rústicos en su tallado.

Don Elpidio en su tiempo fue un rico hacendado, amo y señor del Valle de Olmos; excelente ganadero y comerciante de primera. Después, tras un escritorio artesanal de madera, sentado en una silla igualmente burda, tapizada únicamente con dos pliegos de cuero curtido de res, despachaba desde una de las ciudades fronterizas más grandes e importantes de México.

El Valor de la Palabra es uno de los cuentos sobre los valores que ha escrito Juan Pablo Rivera Machado. Esta historia nos regala algunas reflexiones de vida que indiscutiblemente deberíamos examinar a detalle. Se ha hecho una pequeña adaptación de esta narración; con el propósito de favorecer su lectura en línea.

 

Su vestimenta, ponía de manifiesto su nostalgia por los buenos tiempos: Pantalón en tela de “fina caída” marca “Wrangler”. Las botas que usaba eran de piel de carnero con horma pronunciada y de tacón recto de madera.

Le gustaban las camisas vaqueras, con mangas largas y de botones nacarados a presión; diseñadas en colores discretos, de líneas verticales y horizontales entrecruzadas. Su cinto era de vaqueta, éste tenía una hebilla en forma de cabeza de vaca que había sido confeccionada en plata. Y por último y lo más importante; un fino sombrero tejana “Stetson” de color gris oscuro.

La oficina central de operaciones del señor Covarrubias, se encuentra en el interior de un majestuoso establecimiento de su propiedad; conocido comoPlaza Baluarte. En ese lugar, hay cuarenta locales comerciales para su renta. También cuenta con un estacionamiento de gran capacidad. El inmueble puede albergar alrededor de trescientos veinte autos debidamente estacionados.

Uno de los bancos más importantes del país, ocupa el espacio equivalente a ocho locales. Los treinta y dos restantes, están alquilados por personas que se dedican a diversos giros mercantiles y de servicio.

Además de Plaza Baluarte, Don Elpidio levantó otros cinco centros comerciales y numerosas casas habitación para su arrendamiento. Las construcciones están ubicadas estratégicamente en diversos puntos cardinales del núcleo urbano. Eso lo convirtió en una persona potentada en bienes raíces con la capacidad de vivir cómodamente.

Vanessa la menor de sus hijas, actualmente funge como brazo derecho del corporativo y es posiblemente la que heredará gran parte de los bienes en cuestión. El Señor Covarrubias le fue entregando paulatinamente la administración de sus negocios; pero había algo en la operatividad, que nunca terminó por convencerlo.

Platicar con el Señor Covarrubias era un deleite. Fue para mí una persona sumamente respetuosa, fina y seria. Su paso por esta vida lo dotó de una gran humildad, de sobresalientes valores y buenas costumbres. Lamentablemente como dijo él, el mundo ha cambiado tanto y muchas de esas virtudes se han ido perdiendo.

En una ocasión, Don Elpidio me invitó “telefónicamente” a tomar una taza de café en su oficina. Argumentó, que tenía ganas de platicar con alguien que no fuera de su familia o de su trabajo.

Me apersoné a las ocho de la mañana y lo esperé en la sala de recepción hojeando alguna revista de espectáculos antigua. Cuando pasaron unos diez minutos arribó el Señor; en su rostro miré una breve sonrisa, que interpreté como disculpa por su retardo. Posteriormente, pasamos a su despacho y le ordenó a su asistente que nos hiciera el favor de servirnos dos tazas de café.

El suave y rico aroma inundó aquel recinto. La decoración vaquera de la estancia, hizo que recordara los escenarios que sólo había visto en las películas protagonizadas por “John Wayne y Clint Eastwood”.

Unos ostentosos cuernos de toro, sobresalían de lado izquierdo colgados en la pared. En el muro del fondo, resaltaba un hermoso óleo en lienzo enmarcado con pliegos de madera oscura. La pintura daba vida a la temática de los ranchos ganaderos, en los años mozos del Señor Covarrubias.

«—Todo este decorado que vez aquí —empezó a contar Don Elpidio— forma parte de mi existencia. Este pequeño despacho me hace imaginar que estoy en mi rancho. Cuando cierro los ojos, hasta parece que escucho el mugir del ganado y el tropel de los caballos. Por razones de mi edad y por ideas de mis hijos, tuve que abandonar el campo para trasladarme a esta ciudad. Después de invertir en propiedades gran parte de mis ahorros, me convertí en un pudiente arrendador, no me quejo de ello; pero no es lo que soy.

» Hay cosas que me disgustan tanto y no termino por comprender —continuó Don Elpidio—. Todos los días, Vanessa me pide que firme un sinnúmero de hojas de los contratos de arrendamiento. El Despacho de Abogados que nos asesora, me recomienda siempre que debo exigir a mis inquilinos la firma de un pagaré. También el depósito en efectivo o algo en especie, para que me garanticen el cumplimiento que han adquirido conmigo.

» Yo no entiendo en qué momento, ni recuerdo cuáles fueron las causas por las que contratamos a este Bufete Jurídico. En mis tiempos no se necesitaba ni un papel, ni una firma; mucho menos de abogados que exigieran el cumplimiento de algo a través de los juzgados. Bastaba simplemente con que empeñáramos la palabra, por eso “semos hombres”, y como tal debemos de comportarnos. En aquel entonces, el que daba su palabra y no la cumplía se convertía en un individuo indeseable. Nadie más trataba con él y por lo mismo, terminaba “autoexiliándose” de cualquier negocio —Sonrió con un dejo de tristeza el Señor Covarrubias.

» Recuerdo cómo manejábamos los tratos sin trabas ni oportunismos. Uno de mis colegas: “Don Manuel Mendoza”, llegó en una ocasión para pedirme ciento ochenta y tres novillos prestados para poder cumplir ese mismo día con un pedido de novecientas cabezas. De inmediato, les autoricé que metieran los “troques” a las rampas de los corrales para escoger el ganado y al momento Manuel me dijo: “Te los repongo el sábado de la semana que entra, cuando me lleguen los animalitos de uno de los ranchos que tengo en el sur”.

» No te preocupes, le comenté; tu palabra es Ley para mí. Puntualmente y sin queja de mi parte, saldó su compromiso conmigo el día que me lo prometió. Así era de fácil, así era de simple, todas las operaciones las hacíamos basados en el valor de la palabra, para eso “semos” hombres —volvió a frasear aquel ganadero de corazón».

Sorbí lo que quedaba de mi café, amablemente me ofreció más; pero lo tuve que rechazar por cuestiones de tiempo. Estaba tan a gusto, que no me di cuenta que el reloj ya marcaba las nueve de la mañana. Me despedí de Don Elpidio, agradecido por su invitación y con la promesa de volver a platicar con él.

Al caminar por la banqueta para llegar hasta mi auto, me sentí fortificado y esperanzado. Comprendí que el Valor de la Palabra es algo muy preciado; lamentablemente, esa cualidad ha empezado a extinguirse. ¿Cuántas veces nos hacemos ciertas promesas y no las cumplimos? Eso, es sólo el principio; posteriormente, terminamos convirtiendo este mal hábito en una forma de vida. Esto traspasa nuestro hogar, contaminando al entorno donde estamos.

Tan grave es la situación en la que estamos sumidos, que ahora los candidatos a ocupar algún puesto en el gobierno; han optado por “firmar” sus promesas de campaña ante Notario Público para atraer votos. Como si ese individuo, fuera la máxima autoridad moral en todos los sentidos; y que de esa forma, asegurara el cumplimiento de la oferta que se expone.

El valor de la palabra, no está en los textos de la educación básica; esos que se imparten en las escuelas de nuestro país. La verdad, no creo que alguien siquiera se moleste en proponer que lo incluyan allí; porque podría “herir” la sensibilidad de muchos.

La falta de palabra es como un fertilizante que nutre la planta, éste favorece el crecimiento del caos moral y social; el cual, alimenta a su vez a los sistemas Capitalistas. En donde el no pagar, se convierte en un jugoso y rentable negocio que beneficia a terceras personas; excepto a las partes involucradas.

El mundo está convertido prácticamente en una zona comercial de guerra; en donde todos están contra todos. Pareciera ser, que el no contar con palabra es una virtud más que un defecto. A menudo podemos ver, cómo la gente lejos de sentir vergüenza por esquivar sus responsabilidades; se vanagloria creyéndose más lista que los demás. Pero en realidad, termina engañándose a sí misma.

Por mi parte, no pude cumplir la promesa de regresar a dialogar con Don Elpidio Covarrubias; pues desafortunadamente, al poco tiempo falleció. Pero en mi mente continúa viva aquella frase, esa que sobresalía cuando platicó conmigo sobre El Valor de la Palabra: Por eso semos hombres, ¡Qué no!.

Si te gustan los relatos y cuentos sobre los valores cortos como el anterior, entonces te invitamos a seguir visitando nuestro sitio en donde podrás encontrar más historias originales con excelentes contenidos de reflexión.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Subir