La Línea de la Muerte
Título: La Línea de la Muerte
Autor: José Manuel Busso; D.R. © 2013-2017
Categoría: Relato de Aventuras
El relato de aventuras que a continuación presentamos es un hecho verídico que les sucedió a tres jóvenes cuando estaban de visita recreativa en uno de los tantos lugares turísticos de México. Ojalá que esta historia real les deje alguna enseñanza.
Al fin, se había llegado el día en que arribáramos a ese lugar de ensueño. Estaba por oscurecer cuando ante nuestros ojos estaba ni más ni menos que el centro ecoturístico “Laguna Larga” ubicado en el estado de Michoacán.
Recuerdo que, había sido una promesa del profesor a nuestro cargo, que al terminar las actividades programadas en ese viaje de estudios por tierras michoacanas; aprovecharíamos esa ruta para disfrutar de aquel paradisiaco lugar.
Todo parecía ir muy bien, esa belleza en el campo nos hacía pensar que tendríamos unas mini vacaciones grandiosas en aquel maravilloso sitio; pero para ello esperaríamos algunas horas más para divertirnos a lo grande. La luz del día se había ido y entonces nos dimos a la tarea de buscar donde pasar la noche.
No voy a negar que Laguna Larga es bellísimo, se encuentra en Los Azufres, Michoacán al pie de un paisaje montano mexicano en donde hay aguas termales y cabañas campestres en donde se antoja descansar.
A uno de esos “hoteles rústicos” dirigimos nuestros pasos con la intención de rentar un cuarto para dormir. Ya instalados y después de charlar por algunos minutos con los compañeros de habitación; la quietud del lugar nos atrapó en un profundo sueño perdiendo así, la noción de la realidad.
Al siguiente día, después de almorzar decidimos disfrutar de aquel regalo de la naturaleza. Era simplemente un paisaje digno de admirar, ahí estaba esa gran laguna de hermosas aguas azules rodeadas por montañas, pinos y abetos. En sus orillas había algunas áreas verdes, a las cuales con gran alegría nos dirigimos dispuestos a jugar y pasarla bien.
En la mayoría de los viajes que realizábamos como estudiantes, acostumbrábamos llevar a un compañero muy especial que nos hacía pasar divertidos momentos. Se trataba de un balón de fútbol quien como en anteriores ocasiones esa vez también alegraría nuestro día.
Era difícil resistirse a jugar en esos campos verdes, donde tan sólo al mirarlos, se antojaban para echar la “cáscara” entre los compañeros. De inmediato se hicieron las “retas” y la bola empezó a rodar por aquellos lugares.
Estaba esperando el turno de mi equipo, cuando se acercaron hacia mí precisamente los tres compañeros de habitación y me invitaron a rentar una lancha para realizar un paseo por aquella extensa laguna.
De inmediato mi cerebro me mandó una señal de alerta; recordé que no sabía nadar, con ello, me di cuenta que sería una locura el aceptar aquella invitación. Sin dudarlo, moví la cabeza en una señal de negación y les mencioné que prefería “echar patadas y correr tras de la pelota”.
Es cierto, con aquellos compañeros había convivido mucho como estudiante, sin embargo en ese momento preferí no hacer caso a la propuesta que consideraba para mí peligrosa. Ellos, al no lograr convencerme se marcharon dispuestos a disfrutar del paseo.
Las retas de fútbol que se habían formado estaban muy entretenidas; al final de cuentas éramos varios jóvenes con ganas de disfrutar intensamente esos momentos de la vida; y aquello, estaba “a la medida” para olvidarse de todo, incluso de “los problemas” que a esa edad significa para muchos adolescentes la escuela. La pelota no paraba de rodar al “ritmo de las patadas”; sin siquiera imaginar lo que sucedería después.
A lo lejos; en medio de aquellas aguas profundas y cristalinas, algo pasaba. Por lo distante, simplemente no se podía entender bien lo que sucedía en aquél lugar. Parecía que unas personas con señales y gritos intentaban decirnos algo.
Alguien se dirigió a mí y dijo: «Son tus “cuates”; los que te invitaban a pasear en lancha».
—Si, al parecer son ellos; pero no se entiende qué es lo que dicen —respondí mostrándome algo preocupado.
El juego se detuvo por algunos instantes y al poner más atención, nos pudimos dar cuenta que nuestros amigos evidentemente estaban en apuros. Aquellas palabras con tintes de desesperación nos dejaban en claro que algo no andaba bien.
—Esos ca…maradas están bromeando, no les hagan caso, vamos a continuar con el juego —expresó un compañero carcajeándose—. Y de nuevo volvió a rodar el balón.
Una vez más, los gritos de angustia pidiendo auxilio se escucharon muy claros. Aquello ya no era una broma, enseguida se puso muy tensa y dramática la situación.
De inmediato dos chavos del grupo que sabían nadar, acudieron a buscar a un lanchero y se dirigieron al lugar del suceso. El tiempo pasaba y del rescate de aquellas personas no se sabía nada, después transcurrir más de media hora por fin llegaron con ellos.
Afortunadamente lograron sobrevivir, quienes se fueron con claros planes de disfrutar de un agradable paseo en lancha, en esos momentos eran todo lo contrario. Llegaron y se tiraron al pasto; en sus rostros se podía mirar que habían presenciado muy de cerca la muerte.
Después de aquel peligroso evento, se podía adivinar que para ellos cada segundo que pasaba era una nueva oportunidad para disfrutar las bondades de la vida y mirando al cielo parecía que dirigían sus pensamientos al ser supremo a quien quizá le agradecían por permitirles seguir respirando.
Uno de ellos me dijo: «Que bueno que no nos hiciste caso, por algo fue; si no quién sabe qué hubiese pasado contigo; tú no sabes nadar nada y fue mejor que no nos siguieras rumbo a esa locura».
Pude mirar en su cara lo difícil que la estaba pasando, al haber vivido aquella terrible experiencia llena de peligro, de angustia y mucho miedo a morir. Cuando estuvo un poco más tranquilo nos explicó que al ir tres personas a bordo, nunca pudieron equilibrar los pesos y terminó por voltearse la “canoa”.
Después de un profundo suspiro dijo lo siguiente:
«Cuando se volteó la lancha, sinceramente pensé que hasta ahí habíamos llegado; pero todavía no nos tocaba. Como pudimos, entre los tres tratamos de mantenerla siempre de manera firme boca abajo para que no se hundiera. Pataleamos sin descanso, para evitar que se fuera “a pique” y nosotros junto con ella al fondo de la laguna; lo bueno es que pudieron rescatarnos si no ahora mismo sería otra la historia».
Me quedé pensativo y entendí que el haberle hecho caso a mi conciencia no había resultado en vano, comprendí que aquel acontecimiento me dejaba para siempre una gran enseñanza, misma que debería compartir con demás personas.
Hay que evitar a toda costa poner en peligro la vida, pues es lo más preciado que tenemos. Siempre existirán alternativas para disfrutar de todo lo que encontremos a nuestro paso; sin antes olvidar que no se debe arriesgar por ningún motivo la propia existencia.
Por suerte, tal incidente no terminó en tragedia; sólo en un suceso para no olvidar. Casi aseguro que aquellos compañeros, en donde quiera que se encuentren; siempre recordarán que ese día estuvieron a punto de saltar La Línea de la Muerte.
Si te gustó este relato de aventuras entonces no olvides seguir visitando nuestro sitio en donde encontrarás otras historias de viajes que te podrán dejar alguna enseñanza.
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