Las Aventuras de un Tal Lico

Título: Las Aventuras de un Tal Lico
Autor: Luis Bustillos Sosa
Categoría: Relatos de Terror Cortos
Los relatos de terror cortos, no sólo refieren historias de miedo o sucesos paranormales, también llegan a ofrecer mensajes para analizar con detenimiento. En ocasiones tiene que pasar algo extraordinario en nuestras vidas, para que nos paremos a reflexionar si el camino que estamos siguiendo es el indicado. La narración que continuación presentaremos hablará de ello; esperamos que les guste y les deje alguna enseñanza.
Federico, desde pequeño fue un niño mal educado, irrespetuoso e irreverente con sus padres. Don Tacho, el abuelo de éste, quien tenía algunos ayeres de haberse ido de este mundo; en cierta manera había sido el gran culpable de que aquel muchacho adoptara esas malas costumbres.
Tachito, como algunos le llamaban; influyó mucho en la mala educación de este “diablillo” a temprana edad. En vida, él fue el maestro en la vagancia, las travesuras y malas palabras de “Lico”.
Desde que era un chilpayate de brazos, cuando apenas comenzaba a decir las primeras palabras; el abuelo se divertía con su nieto. Ya que le hacía pasar momentos entretenidos, pues con gestos y ademanes groseros, acataba las encomiendas de su “Tata”. Con ello, aquel niño le demostraba al “maestro” toda su facilidad de aprendizaje.
Esto le parecía divertido al anciano, pues le asombraba que a tan corta edad el pequeño demostrara ser capaz de asimilar sus “enseñanzas”. La primera palabra entendible que dijo el chiquillo al preguntarle su nombre fue “lico”; por ello, al pasar de los años se quedó con ese mote.
Vasta experiencia, varias historias; sobre todo vivencias y anécdotas quedaron atrás con la muerte del señor Anastasio Jaramillo. Personaje rústico, educado por la vida de una forma tosca, las malas palabras fueron el común denominador durante toda su existencia.
A través de los años, varias personas disfrutaron de sus aventuras e historias; contadas con gran detalle a la sombra de un viejo árbol al caer las tardes. Leyendas de terror y tesoros enterrados; fueron las preferidas de Don Tacho. Se las compartía a todos los que demostraron en su momento, interés por sus relatos.
Había algunas personas que lo creían un personaje zafado y mentiroso. Pero otros hacían oídos sordos, pues sabían que los viejos son un “costal de enseñanzas” y habría que aprovecharlos mientras el Creador se los permitiera.
Lico, a los 9 años y sin su abuelo que lo consintiera; agravó en sobre manera su mala conducta. Sus padres, después de intentar educarlo con consejos en varias ocasiones, terminaron por perder la paciencia.
Fue cuando comenzaron a maltratarlo; muy a pesar de ellos, decidieron ser más rigurosos con él. En repetidas ocasiones azotaron su espalda y sentaderas; usando el cinto o la “cuarta” para domar equinos, esperando lograr algún cambio en su hijo; pero poco sucedió.
Pasaron los años y el comportamiento de Federico nunca cambió. Al kínder ya no pudo asistir porque orinó la cara de una compañerita. En la primaria sólo demostraba ser hábil para el desmán y tenía poco interés por la escuela. Era muy normal ver en su boleta de calificaciones gran cantidad de malas notas.
Después de 9 años de educación básica, el director del plantel dio gracias al cielo por dejar de ver al “rey de las travesuras”. Al fin se libraron de aquel “pillo” que durante mucho tiempo les complicaría la existencia. Pues de “panzazo” o tal vez por “suerte” lograría terminar esa etapa escolar.
Con 16 años cumplidos ya nadie le conocía por Lico; ahora los de confianza le decían “Tilico”. Se había convertido en un adolescente larguirucho, enclenque y demasiado flaco. Sus manos largas y ojos de muerto, dejaban ver que el apodo le quedaba a la pura medida.
Desde los 12 años empezó a tener hábitos de gente mayor; para desgracia de él sólo eran malas costumbres. Su camino seguía muy chueco y parecía que ya nada podría enderezarlo.
Los padres terminaron cansándose de él y se lo encomendaron “al de arriba”, pues ya nada podían hacer. Decidieron entonces dejarlo en libre albedrío; esto, a Lico le pareció un gran detalle de sus progenitores. Fue cuando se propuso dar rienda suelta a sus actos; sin preocuparse por su manera de vivir y las posibles consecuencias.
Pronto se integró a “Los Perrones”, así solían llamarse; pero en realidad eran un grupo de malvivientes que empezaba a contaminar el pueblo. Tenían como costumbre reunirse en unas viejas tapias, en donde alcanzaban un estado alucinante que los hacía “viajar” por otros mundos. Aquello, los separaba de la realidad durante las noches, hasta llegar el amanecer.
Era su modo de vivir; desperdiciando sin remordimiento los días de su miserable existencia. Parecía que de su mente se hubiese borrado el hacer cosas de provecho, y no les importaba ser señalados como los huevones, borrachines y drogadictos de ese poblado.
Tantas cosas habían cambiado para Federico; pues ya nadie lo llamaba por su verdadero nombre. Desde muy pequeño, se le llegó a conocer como Lico; pero con el tiempo y debido a su desastrosa forma de llevar la vida, ese apodo quedó en el olvido.
La gente comenzó a referirse a él como “El Tal Lico”, dando a entender que era alguien de ínfima importancia. Después, algún “ocioso” le endilgó el sobrenombre de “El Tilico”; por su rostro cadavérico y escuálida figura.
Pero todavía faltaba más, en una de sus tantas borracheras, donde la dignidad se ausentaba para dar paso a las ridículas loqueras; fue “bautizado” con aguardiente, dejándole el apelativo de “Etílico”: un mote apócope de “El Tilico”.
Hasta esa situación había llegado aquel desgarbado muchacho; a partir de ese momento su nuevo “nombre” lo definía a cabalidad. Su apodo, acentuaba inexorablemente el estado etílico, que ya lo empezaba a orillar hacia el abismo profundo de la perdición. Simplemente ya no se encontraba, no sabía quién era él; su historia se tornaba triste, en un camino confuso y sin rumbo alguno.
En una de esas noches de reunión; el grupo de vagos seguía con su rutinaria diversión, sin importarles en absoluto que depararía el mañana. Tantos ingredientes alucinógenos en su sangre, en su cerebro, en su alma; los hacía sentirse como en otra dimensión.
Acostumbraban entre risas y cotorreo, contar cuentos de miedo o historias de terror. Así se les despertaba la adrenalina y “el valor”; sensaciones que se les activaban con todas aquellas sustancias extrañas en el cuerpo.
Así pasaron el rato, hasta que “El Tilico o Etílico”; decidió retirarse a su casa despidiéndose de sus compañeros diciendo cosas incoherentes. Entre las cuales se pudo entender: «¡No le tengo miedo al diablo, mucho menos a cualquier Ca…mión!» y se marchó.
El pueblo estaba tranquilo, algún que otro perro aullaba; esos chillidos que cuando se escuchan, hacen pensar que pasarán cosas malas y se “enchina” todo en el cuerpo. Lico empezó a caminar destartaladamente, producto de su embriaguez. Esa noche callada y misteriosa, acompañada de una luna brillante; fueron los testigos de cómo el joven por fin recalaría a su casa.
Federico de noche y en su juicio, evitaba salir por el arroyo, que era una vía más corta para llegar hasta donde vivía. Quizá sentía temor, debido a las leyendas que contaban algunos lugareños acerca de la llorona. Aseguraban haber escuchado los horribles lamentos de dicho espectro, provenientes desde ese sitio.
Pero esta vez, tenía el arrojo suficiente para tomar cualquier camino. Ese muchacho valentón, se dirigió hacia aquel rumbo pensando que nada pasaría. «¡Cómo me gustaría que se me apareciera el pin… diablo, así sabrá quién es su padre!»; murmuraba mientras avanzaba acercándose al arroyo, con la intención de llegar hasta su casa.
Al internarse en el árido riachuelo, entre las frondas de los árboles y el susurro de la oscuridad; el Tilico no percibió ninguna extrañeza en el ambiente. Más tarde, mientras intentaba avanzar tambaleándose sobre los pequeños guijarros, empezó a tener la sensación de que alguien lo seguía.
Quiso apresurar la zancada, pero sus extremidades de locomoción se revelaron ante tal insinuación. Algo inexplicable pasaba, le parecía como si diera pasos ralentizados o en una forma aletargada y sin fuerzas; que no le permitían llegar hasta su domicilio.
De pronto, el miedo y el nerviosismo se apoderaron de él. Pues advirtió que, entre las siluetas de los árboles podía verse a la luna que lo seguía; cada vez más brillante y de un tono algo rojizo.
—Estoy soñando, esto no es realidad; no pasa nada —masculló para darse valor, dispuesto a seguir avanzando.
A pesar de los intentos por llegar a su destino, existía algo que lo impedía. Sentía como si estuviera atrapado en un espacio del tiempo, en donde todo se había detenido y aquello parecía una trampa de la cual, sería difícil escapar.
Evidentemente turbado, comenzó a sudar frío y sintió que sus vellos del cuerpo se erizaban. Volvió a mirar la luna, entonces notó que estaba más rojiza y espeluznante; parecía como si un rostro siniestro se dibujara allí y estaba a punto de alcanzarlo.
Quería librarse de aquella espantosa figura, pues cada vez estaba más cerca de él. Recordó entonces a su abuelo, que en una de sus tantas pláticas decía: «Hijo, en una situación así lo que debes hacer es: decir todas las “palabrotas” que te sepas; verás que pronto desaparece cualquier ser maligno».
Era momento de echar mano a las enseñanzas de su “Tata”, el viejito que tanto había querido y seguía extrañando. Sería fácil pues conocía muchas; se consideraba un experto en esa materia. De inmediato, su cerebro ordenó disparar un nutrido “arsenal” de groserías hacia tal engendro. Con ello demostraba ser el gran jerarca del cuerpo, a pesar del torpe estado en que se encontraba.
Pero nada pasó, todo siguió igual; aquella horripilante criatura, continuó acechando al aterrado muchacho hasta que una voz grave y de ultratumba dijo:
—¡Lico… soy el diablo!, ¡Veo que si me tienes miedo!, ¡No te haré daño!
A Federico le pareció que lo jalaban del pelo. Su cuerpo, comenzó a temblar horrorizado y dejó escapar varias gotas de orina que mojaron su pantalón. Atónito, dio media vuelta y vio la imagen diabólica. Entonces, se llenó de pánico al darse cuenta que aquel ente infernal se acercaba; era para decirle algo con una voz cavernosa.
—Sabes, hace tiempo que tu vida no tiene sentido; eres alguien que se está destruyendo solo, tu camino va muy desviado y eso me da gusto… porque pronto serás mío. Sigue así, que será un placer para mí tenerte entre mis garras —expuso el malvado personaje, soltando una risotada un tanto burlesca.
La respiración y las pulsaciones del corazón en el descarriado adolescente, aumentaron como revoluciones del motor, cuando no hay coordinación adecuada en el uso del acelerador, el embrague y la caja de cambios. Después, Lico palideció; sus sentidos lo abandonaron y ya no supo más de él.
Era otro día cuando abrió los ojos y miró que estaba en una cama. Allí, en su habitación encontró a sus padres, a quienes se les podía notar un semblante de aflicción; sabía que era por su culpa. Visiblemente compungido los volteó a ver y les dijo:
—Mis viejos… ya no estén tristes, desde hoy seré otra persona. No sé ni cómo llegué aquí, pero tuve un horrible sueño o quizá fue realidad… y eso me ha hecho reaccionar. Sólo quiero decirles que ya no seré “El Tilico o Etílico”; a partir de hoy he vuelto a nacer y mi nombre es Federico Jaramillo, ¡Sí!... de los Jaramillo de buenas costumbres, trabajadores, que luchan y se esfuerzan todos los días… para así salir adelante.
—Así sea mijo —con alegría expresaron los padres de Lico.
Si te gustan los relatos de terror cortos como el que acabamos de presentar, entonces te invitamos a que sigas disfrutando de más historias paranormales en donde el misterio y el miedo se darán cita para hacerte pasar un rato espeluznante.
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