Sueño del que no quiero despertar
Título: Sueño del que no quiero despertar
Autor: José Manuel Busso; D.R. © 2013-2017
Categoría: Historias de Amor Reales
Las historias de amor reales siempre serán dignas de narrar y por eso en esta ocasión les presentamos este relato. Quizá, varios de nuestros lectores podrían identificarse con él y para respetar la identidad de los protagonistas se han cambiado sus nombres. Sin más dilación los hechos son los siguientes.
Mi vida había dado un giro total; después de una situación algo complicada en mi familia y de tener más de 20 años de casado todo terminaba. Es cierto que ya nuestro entendimiento no era bueno, que había ciertas fricciones entre ambos; pero nunca pensé que el final algún día apareciera.
Mí aún mujer llegó a visitarme al trabajo, ya lo había hecho en alguna ocasión y no presentí algo extraño. La recibí y antes de preocuparme y pensar algo malo; ella llegó diciendo esto:
—¡Necesito Tiempo!, ¡Ya no me siento bien contigo! y ¡Debemos darnos una “chance”!
Me quedé sin palabras y a pesar de preguntarle si era broma o cuál era el motivo de esa decisión, nunca pudo responder algo coherente o lógico e insistió que era necesario poner distancia de por medio entre nosotros; simplemente no tan convencido acepté su decisión y como tengo otra pequeña casa me mudé a mi nuevo hogar.
Me casé algo joven cuando apenas mi edad rebasaba los 20; ahora tengo dos señoritas por hijas; una de 19 y otra de 15 años y a pesar de lo que pasó con su mamá, las sigo viendo y trato de apoyarlas en lo que está a mi alcance; incluso si se puede trato de buscarlas para convivir más con ellas.
Llevaba pasadito de mes con mi nueva forma de vivir y quien ha pasado por algo similar, sabe que la soledad te hace más daño cuando al llegar a casa te das cuenta que nadie te espera.
Era tan difícil esa situación que me estaba costando salir adelante; la tristeza y desesperación se estaban apoderando de mí, que sin desearlo o quererlo terminé involucrando al trabajo con mi asunto familiar; pues no podía concentrarme y por consecuencia el avance en los proyectos laborales se habían detenido.
Soy arquitecto por lo que la creatividad debe ser cómplice para generar buenas propuestas para este trabajo y así tenía por lo menos una semana de gran desánimo.
Me encontraba muy triste, cuando de pronto con la mirada algo perdida me pude percatar de “una silueta” que entraba al área de trabajo y escuché que me preguntaban con una voz delicada lo siguiente:
—¿Usted es el Arquitecto Enrique? —Me cuestionó una linda jovencita.
—Así es, ¿En qué puedo servirle? —Me apresuré a responder.
—Mire, su jefe el Arquitecto Carlos, me comentó que me incorporara con usted; vengo de la escuela para hacer mis prácticas. —Dijo ella.
—¡Ahh si!, la chica del servicio social. —Expresé mostrándome entusiasmado.
—Si así quiere llamarme, está bien. —Respondió la muchacha mostrando ante mí una bella sonrisa.
No pude evitar sentir algo lindo y me di cuenta que aquello me había puesto de buen humor por lo que decidí avanzar en nuestra conversación.
—Ya sabes mi nombre; pero aún no me dices el tuyo. ¿Cómo te llamas? —Le pregunté.
—Mi nombre es Yesenia, pero si gusta decirme “Yessy” no me enojo. —Contestó la chica sonriendo de nuevo.
—Muy bien Yessy, entonces dime “Quique”, que así me dicen la mayoría de mis amistades y como tú y yo además de compañeros seremos amigos pues ya sabes cómo llamarme, además deberíamos de tutearnos o qué ¿Te parezco muy viejo? —Le dije tratando de darle confianza.
—¡Claro que no eres viejo Quique!, y por supuesto que seremos muy buenos amigos. —Terminó diciendo la joven.
Mis malos pensamientos se fueron y sin querer una “chiquilla” me ayudaba a cambiar de ánimo. No creí que fuera malo el llevarme bien con mi nueva compañerita; por lo que después de la presentación le indiqué el lugar que ocuparía para colaborar conmigo.
Al día siguiente cuando llegué; ya se encontraba ahí mi nueva amiga. Confieso que su puntualidad y compromiso con el trabajo fue algo que me agradó. Eso ayudó para motivarme a tener más cercanía con ella, por lo que cada vez que podía, le enseñaba temas relacionados al software pues creía que le harían bien en su formación profesional.
Muy pronto captó mi atención, pues además de ser una chica inteligente y de mente hábil también es muy bonita, de cabello negro azabache como a una cuarta arriba de su cintura, totalmente lacio, sus ojos grandes color café oscuros, su naricita chiquita y respingada, su boca con labios hermosos; alta y de cuerpo muy lindo.
Cualquier hombre se habría fijado de inmediato en esa mujer y yo tenía la suerte de convivir y mirarle de cerca gran parte de la mañana; pero eso es lo que no me gustaba, pues sólo duraba hasta las 12:30 porque aún estudiaba y me parecían tan sólo unos segundos lo que me tocaba disfrutar de su compañía.
Es cierto que avanzábamos en el trabajo, pero el hecho de mirarla y tenerla cerca cuantas veces quisiera me hacía las mañanas cortas; pues sus pláticas tan agradables eran un deleite cuando su hermosa voz la dirigía a mí.
Pasaron unas tres semanas y me fui acostumbrando a su presencia; mi tristeza pasada quedaba en el olvido, ella se convirtió en la medicina para superarla. Disfrutaba a lo máximo su compañía y los ratos sin ella me servían para extrañarla.
A veces me daba miedo y pena al empezar a mirarla ya como mujer; pero a pesar de sentir esas cosas, no tenía la seguridad de que me viera como algo más. Ya no quería ser sólo su amigo y no recibía señales de que ella mostrara interés en verme como hombre.
Nos fuimos conociendo más, y cierto día se dio la casualidad que me comentara que su casa se encuentra en una zona por el rumbo de donde ahora vivo. Me dijo que tomaba el camión para llegar al trabajo por lo que sin pensarlo le propuse pasar por ella para darle un “aventón”.
Para fortuna mía, ella accedió; pero puso como condición que no pasara por ella a su casa, sino que la recogiera en el paradero del camión, el cual se encuentra como a tres cuadras de donde vive.
Por supuesto que acepté las condiciones con gran gusto, por lo que así la estuve llevando al trabajo por varios días y me sentía muy contento de poder convivir más con ella. En algunas ocasiones le propuse que se esperara para salir a comer juntos y por suerte accedió cuando la escuela se lo permitía.
Yo sabía que ella sólo estaría por dos meses como mi ayudante; pues al parecer era el tiempo que le faltaba para cumplir sus horas de servicio social. Con el tiempo mi forma de mirarla, ya estaba claro que no era sólo como una amiga, sé que era una locura pero ella había despertado un sentimiento en mí imposible de ocultar.
Creo que ella se daba cuenta o eso quería creer yo; pero me sentía inseguro de comentarle algo. En anteriores ocasiones habíamos tocado varios temas y me había dicho que estaba libre, sin novio; pero hasta ahí, sólo se mostraba linda como persona hacia mí y me ponía inquieto el no descubrir más intenciones de su parte, tan sólo de amistad.
Por fin un día de los que fuimos a comer, no sé ni cómo me animé y le tomé sus manos. A mi edad parecía un joven enamorado, buscando la mejor forma de declarar su amor. Ella no retiró las manos y eso me dio confianza para decirle:
—¡Me encantas Yessy!, ¡Tú has venido a curarme de la tristeza que traía!, ¡Me has hecho sentir vivo, joven y que la vida tiene sentido!
No dijo nada, me acerqué a ella y al mirar de cerca sus labios no me pude contener, cerré los ojos y pensé «Ahora o Nunca». Probé sus labios húmedos y ese momento maravilloso no lo podré olvidar jamás. Nos comenzamos a besar, sentí su respuesta pues sus labios aceptaron los míos como si con ello me dijera que de ahí en adelante todo de ella me pertenecía.
De pronto, puso sus manos en mi pecho y se separó de mi (habían terminado esos segundos tan hermosos), se paró y evidentemente sonrojada me dijo:
—¡Tengo 21 años Quique, podría ser tu hija!, ¡Tú me contaste que tienes una hija de 19 años!, ¿Crees que sea correcto?
De inmediato recordé mi familia, a mis hijas y Yessy tenía razón, era una tontera de mi parte pensar en esa locura. Entró en mí el remordimiento y apenado dirigí la mirada a otra parte y le pedí disculpas, le dije que perdonara mi atrevimiento, pero que sólo había obedecido a mi corazón en ese instante y no me había podido contener.
Me dijo ella: —¡Olvida por favor todo esto, pronto me iré de tu lado pues terminará mi servicio!; así es que: ¡Esto que quede como un sueño y nada más!
Me quedé serio y le dije, —Está bien, vámonos.
Los días siguientes tuvieron que ser como me lo dijo y cada vez que pensaba en esa chiquilla o quería platicar como antes, me decía: —¡Acuérdate…!— Y yo pensaba: «Si, lo recuerdo; podrías ser mi hija». El remordimiento entraba en mí, prefería hacer de cuenta como si ella no estuviera y refugiarme en el trabajo.
Pasaron las semanas faltantes para terminar su servicio, mismo tiempo que se me hizo eterno vivir en esa situación y cómo ella lo había dicho llegó ese triste día en que habría de irse y se fue.
Sentí que la tristeza se volvía a apoderar de mí; a la fecha sigo intentando olvidarla y aunque me queda claro que por mi edad tuve que renunciar a ella todavía me hace bien recordarla, me hace sentir vivo, el pensar en su lindo rostro, su hermosa sonrisa y sobre todo el haber probado sus labios.
Sí lo sé, estoy consciente que todo esto lo debo considerar como una fantasía, aunque haya sido una de esas historias de amor reales imposibles de realizar pues ha tenido un triste final. No sé qué haré de aquí en adelante, por lo pronto quiero pensar que aún vivo en ese hermoso Sueño del que no quiero despertar.
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