Un Tren Llamado Capitalismo
Título: Un Tren Llamado Capitalismo
Autor: Juan Pablo Rivera Machado; D.R. © 2017
Categoría: Historias y Reflexiones de la Vida
Este sitio está comprometido con publicar historias de reflexión cortas, que les entreguen a nuestros lectores mensajes y enseñanzas útiles para la vida; por ello a continuación les ofreceremos un bonito cuento que creemos cumple con tal propósito. Esperando que les guste, sin más dilación aquí se los dejamos.
Imagina que has nacido en una tierra libre, hermosa, llena de árboles, finos pastos, hermosos cielos, rodeado de bondades, que convives atinadamente y en armonía con la naturaleza.
Estas listo para desarrollar tu “ser” tus capacidades y aptitudes para lo que fuiste enviado a este paraíso, para trascender, entender el significado de la vida y tu relación con el universo, con el pensamiento, apto para ayudar a quienes te rodean, libre de lozas de conceptos preconcebidos, de malos deseos, una entidad de luz capaz de servir de puente entre “el creador” y lo que te rodea, estás listo para convertirte en un verdadero ser humano.
Roberto López del Prado y Sacrosanto era una persona que nació en el seno de una familia humilde que soñaba con convertirse en alguien adinerado, influyente, salir de su precaria existencia rural y rodearse de comodidades y lujos, porque así se lo enseñaron, así se lo “retacaron” en la cabeza. El éxito para él representaba dinero y poder, reconocimiento y admiración, lucha y recompensa.
Con la carga a cuestas del modelo de lo que tiene que ser un estudiante, cursó ávidamente las materias impuestas por el sistema educativo hasta alcanzar uno de sus primeros objetivos: “La Licenciatura en Sistemas de Comercio, Mercadotecnia y Control Mundial”.
Cargando un sobre que contenía una solicitud finamente redactada, la hoja de vida, acta de nacimiento, cartilla militar, credencial para “existir” (INE), Título universitario, Cedula Profesional y varias cartas de recomendación, se presentó el joven recién egresado a solicitar el puesto de Auxiliar Administrativo de la compañía “Transnacional de Telecomunicaciones”.
Vistiendo un fino traje en color nuez, una corbata de color tinto, zapatos, cinto, lentes y reloj de marca (todo ello con cargo a la tarjeta de crédito), caminó airoso por los pasillos hasta llegar a la sala de recepción de aquella lujosa oficina, pidió amablemente hablar con el encargado del personal precisando que tenía una cita a esa hora.
Después de analizar el contenido del copioso expediente el Director de recursos humanos asintió con un gesto, extendió su mano en señal de bienvenida y le indicó que se presentara al día siguiente con la misma formalidad con la que se dejara ver en la entrevista, pues el puesto que ocuparía exigía una etiqueta que lo pondría por encima del común de los empleados del departamento.
Así empezó la carrera vertiginosa de Roberto, llena de baches, topes, zancadillas, pleitos y traiciones. Con el tiempo logró llegar a Director de la Empresa, viajaba por todo el mundo.
Al principio, llenó de reconocimientos y de ciertos lujos a sus progenitores a quienes visitaba frecuentemente pero a medida que ascendió en sus pretensiones profesionales el éxito que alcanzó fue directamente proporcional al abandono de sus orígenes.
Creyéndose un superdotado para los negocios se enredó en la creciente espiral del consumismo y la competencia de clases. Contrajo nupcias sin amor sólo para ser aceptado en sociedad, compró los autos más caros y una propiedad de lujo en una de las zonas más exclusivas de Ciudad Lucecita.
Realizó inversiones en empresas y se convirtió en uno de los magnates locales más importantes. Necesaria y obligadamente tuvo dos hijos a los que les dio estudios en Colegios Carísimos y los mantuvo lejos de sus familiares.
Al pasar de los años, su esposa falleció después de sufrir una enfermedad degenerativa, sus hijos se fueron a vivir al extranjero pagándole con la misma moneda de cambio con la que él les pagara a sus padres. Ya sin sentido para vivir, comenzó a convivir con amistades peligrosas que lo incubaron en el mundo de los excesos.
Las drogas, el placer carnal, el odio y la avaricia se agudizaron, convirtiéndose en un hombre de piedra sin escrúpulos ni sentimientos. Para rematar lo invadió la ludopatía llegando a perder al principio sus bienes materiales más significativos y posteriormente sus ahorros y por ultimo su dignidad.
Se encontró de repente sobre una avenida caminando en solitario con la mirada fija en el pavimento, las manos en las bolsas del pantalón sin ningún cinco para comprar alimento, hurgando entre la basura para llevarse a la boca, hablando en voz alta sobre sus logros y grandezas.
Al doblar en una esquina miró un puesto de comida rápida. Con el estómago vacío se paró en la entrada mirando ensimismado como los comensales disfrutaban de los platillos, sin atreverse a entrar estuvo allí parado por casi media hora hasta que el dueño de aquel restaurante salió para ofrecerle un plato de comida y pedirle de favor que se retirara.
Cogió temblorosamente aquel lonche y salió a toda prisa sin siquiera darle las gracias a aquel buen samaritano. No fue sino hasta que terminó de comer que recordó el rostro de aquel hombre.
Era Hermenegildo Robles, excompañero de escuela de su adolescencia, habían sido buenos amigos y pensó que seguramente él tampoco lo identificaría y menos en las condiciones infrahumanas en las que se encontraba.
Los recuerdos lo llenaron de dolor y le sirvieron para tomar la decisión de regresar al rancho donde había nacido, aquel lugar en el que pasara sus mejores años lejos de toda estúpida ambición.
Después de viajar de “trampa” en un tren y caminar un buen número de kilómetros, llegó a su terruño sólo que, el pueblo en sí, ya no existía. Con el tiempo se construyó una presa y las comunidades quedaron hundidas bajo las aguas.
La escasa gente fue reubicada en el poblado más cercano y de sus padres le informaron que habían muerto mucho antes de que se construyera aquel complejo acuático. Se sintió verdaderamente pobre no de dinero sino de espíritu. Caminó lentamente saliendo de aquel asentamiento que nada tenía que ver con él y nunca más se volvió a saber de su existencia.
El neoliberalismo bajo el cual vivimos o que nos han impuesto se asemeja a un tren, donde las vías representan el armado del sistema alguien puso los rieles o los está poniendo y el ferrocarril hace su recorrido sin desviarse, arrastrando consigo vagones que necesariamente llevan pasajeros.
Los carros están divididos en tres secciones, una que se ubica cerca del maquinista o el que dirige, acelera o desacelera el paso a su conveniencia, esta primera sección comúnmente se le denomina clase alta y goza de ciertos privilegios, son los empoderados del sistema y luchan contra viento y marea para permanecer en esa área.
La clase media convive en la mitad de esa cadena de furgones, al igual que los de arriba se esfuerzan por no perder el estatus que han ganado pero además de esto intenta saltar para tener un lugar con los consentidos; en el tercer y último apartado subsisten los más numerosos, la clase baja o los mas desprotegidos.
Como una auténtica y pesada carga luchan entre si tratando de brincar hacia los furgones centrales cuidando en todo momento de no desprenderse hacia el vagón de cola que les provocaría una caída inminente del entramado y por consiguiente el fin del juego.
Por donde circula el tren hay jóvenes en edad productiva tratando de subirse al convoy, obviamente tienen que esperarse a que la locomotora disminuya su caminar, también pueden verse escasas personas adultas que no intentaron unirse al viaje y que son clasificadas como conformistas, sin ambiciones, sin éxito por las que ya están en el recorrido.
La vida misma, está representada por los paisajes por donde circula el tren, cada pasajero paga y vive su propia aventura pero una vez dentro del engranaje y a medida que “asciende” en su recorrido la velocidad de la locomotora va en aumento por lo que, a mayor aceleración se va perdiendo la visión de lo que te rodea es decir, de las cosas más significativas de la vida misma.
Hay quienes para cambiar su estatus pierden los escrúpulos y no les importa pisotear en el camino a los compañeros que van a su lado con tal de ser aceptados y catalogados como personas de éxito.
Lógicamente la maquina principal es movida por alguien o por algo y en su “loco andar” va contaminando el paisaje por el que circula, acabando con los recursos naturales y justificando el fin para cubrir los medios.
La clase dominante cada vez es menos, amasan más y se mantienen en su cómoda burbuja, la clase media está en decadencia la mayor parte cae irremediablemente dentro del último grupo y estos a su vez, terminan sus días luchando para salir de ese sitio extrañamente heredado desde su nacimiento.
Profecías van y vienen fechando el fin del mundo, lo cierto es que nadie sabe cuándo ni cómo esta locomotora detendrá su marcha, tal vez explote, se salga de su ruta y termine precipitándose al vacío.
Roberto López del Prado y Sacrosanto logró bajar del tren convertido a la vista de los pasajeros en un paria. Al descender levantó la mirada, miró hacia los lados y pudo darse cuenta del hermoso paraíso que lo rodeaba y encontró por fin, la verdadera libertad y el sentido de la vida.
FIN
Si te gustan los cuentos con reflexiones como el que te hemos presentado, te invitamos a seguir visitando nuestro sitio en donde continuaremos publicando otras bonitas historias positivas con una moraleja que será de gran utilidad para la vida.
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