Unas Buenas Chuletas de Res

Tesoros Enterrados - Unas Buenas Chuletas de Res

Título: Unas Buenas Chuletas de Res

Autor: José Manuel Busso; D.R. © 2013-2017

Categoría: Relatos de Tesoros Enterrados

El siguiente relato es una historia de tesoros enterrados que algunas personas aseguran es real. Para quienes disfrutan este tipo de narraciones que van muy ligadas a sucesos paranormales aquí se las presentamos.

Don Chaguito, así le decían por ser un hombre bajito, de complexión delgada; señor campirano, con la cara y manos “tostadas” por el sol; producto de sus largas jornadas de trabajo en la labor.

Comenzaba a clarear, cuando cogió la bolsa con los “papeles” y "el lonche” que le había echado su señora; luego se despidió de ella. Hacía días que traía en mente ir a la cabecera municipal, para arreglar algunos detalles del acta de nacimiento de su hijo más pequeño.

También, quería aprovechar la vuelta para comprarle unos “trapos” a su mujer, pues hacía tanto tiempo que no “estrenaba”. Cerró la puerta del corral y se encaminó para tomar la rúa que comunicaba con el poblado vecino de Los Alamillos. Éste último, estaba al pie de la carretera de asfalto en donde podría abordar el vehículo que lo llevaría a su destino.

Su vida estaba tan hecha al campo, que para él no era ningún problema el irse caminando hasta la pavimentada vía. Iba tan entusiasmado, cuando de pronto miró una polvareda a lo lejos y entonces se dio cuenta que ese sería el “aventón” que lo llevaría hasta donde tendría que tomar el autobús.

Unas Buenas Chuletas de Res es una historia de tesoros enterrados escrita por José Manuel Busso que ha sido adaptada para la versión online.

 

Luego de aguardar un rato, llegó el camión que esperaba y después de viajar por más de una hora, arribó a Valle Hidalgo. De inmediato se encaminó al registro civil para arreglar el acta de nacimiento de su hijo.

Al mirar la inmensa fila, por un momento pensó en desistir del encargo. Lo meditó mejor y se dirigió hacia la plaza de la localidad para degustar los alimentos que llevaba, pues su estómago ya le reclamaba algo para poder calmar el hambre.

Después de satisfacer aquella necesidad, regresó más tranquilo para tomar un lugar en la hilera; dispuesto a terminar con ese asunto pendiente. Pensó para sí mismo: «No vine hasta acá en balde” y se dispuso a esperar con paciencia hasta lograr su propósito.

Finalmente, consiguió su objetivo, aunque para ello tuvo que aguantar formado más de una hora; además del tiempo invertido en los engorrosos trámites burocráticos. Todo aquello había valido la pena, pues el arreglar ese documento era un asunto muy importante para la familia.

Eran pasaditas de las dos, los fuertes rayos del sol le pegaban sin compasión en la cara; mismos que hacían notar su evidente preocupación. De inmediato se dirigió a buscar la ropa de su mujer, pues sabía que a las tres pasaba un camión que podría tomar para regresar al “rancho”.

Estaban por cerrar las tiendas, debía apresurar su andar para poder conseguir el encargo pendiente. Se había complicado todo, parecía hecho de adrede pues en dos comercios no logró encontrar el atuendo adecuado y con cierto enfado miró que comenzaban a bajar las cortinas de los establecimientos.

Caminó algo indeciso sin tener claro que haría, y tras meditar por unos minutos su decisión; expresó para sus adentros: «Mi viejita necesita unas “garritas” nuevas, ¡no hay de otra! Aún queda el camión de las 8:00, llegaré ya muy noche a la casa; pero no importa todo sea por mi familia».

Luego, fue rumbo a un pequeño puesto en el parque en donde compró un puñado de cacahuates y una soda para después sentarse en una banca y esperar; así podría “matar” el tiempo sin aburrirse hasta que abrieran otra vez las tiendas.

Los minutos transcurrieron; entonces de nuevo los negocios empezaron a recibir la clientela. Chaguito; muy sonriente se dirigió a buscar una vez más la ropa.

Se dijo así mismo: «Tengo suficiente tiempo como pa’ encontrar “los trapos” para mi vieja».

Apresuró sus pasos y decidido a tener éxito, emprendió la búsqueda. Después de entrar a varios locales, al fin encontró algo que le agradaba. Había valido la pena esperar, lo que le llevaba la madre de sus hijos sabía que le gustaría.

Iban a dar las siete de la noche y el sol comenzaba a despedirse. La tarde de octubre estaba algo fresca, le hacía recordar que debía ser paciente; pues aún faltaba al menos una hora para que pasara el camión que lo llevaría de regreso a Los Alamillos.

Cuando estuviera allá, entonces tendría que buscar la manera de llegar a su pueblo. Estaba consiente que, posiblemente después de que descendiera del autobús ya sería muy tarde y habría que caminar más de cinco kilómetros en la oscura noche. No era la primera vez que tenía ese tipo de aventuras; así que lo tomó con cierta tranquilidad.

Al fin vio aparecer el transporte y tan pronto como pudo subió a él. Ya a bordo se sintió contento, pues le faltaba menos para estar con la familia. Aprovechó para arrellanarse en el sillón tratando de dormitar un poco, con lo que a su parecer la espera para llegar a donde iba sería menos.

Después de un rato, se dio cuenta que estaba arribando y se incorporó para luego acercarse al chofer a quien le dijo:

—Aquí me bajo mi amigo.

El conductor detuvo el pesado vehículo de pasajeros y activó el mecanismo para abrir la puerta.

—¡Tenga mucho cuidado con el chamuco Don! —vaciló sonriente el operador.

—Lo voy a tener… no me vaya a llevar de las greñas —respondió Chaguito al mismo tiempo que bajaba.

Don Santi, como algunos se dirigían a él por respeto, no era un hombre que le tuviera miedo a la noche y menos a la oscuridad. Varias veces ya había recorrido esos trayectos y se sentía tan en confianza que sin titubear comenzó a andar por aquel empolvado camino.

Miró al cielo y pudo ver la hermosura de una noche estrellada; pero que se mostraba algo oscura. Sabía que estaba por salir la luna, pues ésta; tardaría en salir por tocarle “dormitar” un poco y esperaba que más delante se volviera su compañera en aquel recorrido rumbo a casa.

Apenas habría caminado unos cien metros, atrás habían quedado Los Alamillos cuando comenzó a tener una sensación extraña; como si alguien lo siguiera. Giró la cabeza para saber qué era; pero no pudo ver a nadie y pensó: «Tal vez algún animalito ande por ahí».

Mostrándose sereno, reanudó su andar y después de avanzar algunos pasos, volvió a sentir que alguien lo seguía. De nuevo decidió averiguar qué sucedía y miró hacia atrás. Al hacerlo pudo apreciar que una silueta color blanco muy misteriosa flotaba en el aire y al parecer iba tras él.

Siempre había sido un hombre de valor; procuró guardar la calma para evitar ser presa del miedo. Luego de unos minutos esa especie de sombra blanca ya no fue visible y decidió seguir caminando.

Después de avanzar un corto tramo; sintió que algo le tocaba el hombro. Un poco inquieto, volteó de inmediato; pero no encontró a nadie. Guardó la tranquilidad, cerró los ojos y respiró profundamente.

Recordó que los viejitos en los relatos de tesoros decían que cuando una silueta blanca se aparecía; era señal de que por ahí estaba el dinero enterrado.

Sin perder tiempo, con uno de sus pies dibujó una cruz en el suelo y luego fue en busca de unas piedras para después regresar a remarcar ese punto donde había tenido la extraña sensación.

Sabía que con las “puras uñas” sería imposible excavar y mientras analizaba como hacerle recordó a su amigo Emeterio; entonces murmuró: «Voy por él, es más fácil que busque ayuda aquí en este pueblo a que vaya al “rancho”. Ahorita entre mi compa Tello y yo sacamos los centavos».

Ya decidido, se fue por él; al poco tiempo regresaron con las herramientas para buscar el tesoro y comenzaron a escarbar. Entonces, la luna hizo su aparición y les sirvió de testigo en aquella aventura.

Ambos, cavaron con entusiasmo ayudándose de picos y palas; pero para mala fortuna de ellos no hallaron nada. Dicen que Tello era de aquellas personas de mala vibra, envidiosas y que quizá por eso no pudieron encontrar el entierro.

Todavía no transcurría ni un mes después de aquel suceso, cuando en Los Alamillos, Margarito Viga y su familia pusieron un “tiendón” e hicieron una “casota”. La gente quedó sorprendida de tal logro. No se explicaban cómo consiguieron en tan poco tiempo salir de la pobreza.

Rápidamente se extendió el rumor por esos rumbos que ellos habían encontrado el tesoro que Chaguito y Tello no pudieron hallar. Cuentan que al día siguiente de que se escarbara en el lugar de la aparición; Mago andaba buscando ratas de campo para almorzar. De pronto se le hizo raro ver un hoyo tan grande y se acercó; entonces pudo mirar que se asomaba la orilla de un jarro en el que se supone estaban varias monedas de oro.

Cuando los dos amigos removieron el suelo en aquella noche no pudieron mirar nada. Unos cuentan que fue por la envidia y mala vibra de Don Emeterio. Otros comentan que sólo una pequeña franja de tierra ocultaba el tesoro y que al día siguiente que Margarito pasó, ésta ya se había resecado y al desprenderse, quedó al descubierto esa riqueza para él.

Podrá ser mentira, tal vez verdad lo referente a ese hallazgo; a ciencia cierta no se sabe; como cualquier historia de tesoros se ha vuelto un mito. La única realidad, misma que se puede comprobar, es que la familia Viga se ha olvidado de cazar ratas para almorzar y que ahora, cada vez que se le antoja; se deleita con unas buenas chuletas de res probablemente a salud de Chaguito y el “buenazo” de Emeterio.

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